Siempre se agradece cuando a la a menudo rutinaria cartelera fílmica en Chile llegan producciones diferentes, que no se ciñen por completo a los estándares y patrones industriales que impone habitualmente Hollywood en todo el mundo.
Estos aportes son bienvenidos, incluso cuando se puedan encontrar reparos y falencias en dichos trabajos. Por ejemplo hace un par de semanas comentábamos acá el estreno del thriller criminal «Psycho Raman», de la India, y esta semana llega a los cines locales este filme australiano que fuera de su país de origen no tuvo demasiada repercusión internacional desde su debut mundial hace un año, a pesar del innegable atractivo de contar con una protagonista como Kate Winslet.
Ambientada en la Australia de los años 50, «El poder de la moda» transcurre en Dungatar, un pueblo pequeño y semiperdido al que luego de muchos años de ausencia regresa Tilly Dunnage, quien debió abandonar el lugar en plena infancia, acusada de la muerte de un adolescente hijo de una familia adinerada.
Ahora la protagonista es una refinada modista que viene de Europa, pero su retorno estará marcado por la tragedia del pasado y sus deseos de revancha, debiendo enfrentar la indiferencia y rechazo de buena parte de los lugareños, y estableciendo los únicos lazos sentimentales con su madre enferma y algo desquiciada, y con un joven al que conoció cuando era niña y que ahora se siente atraído por ella.
Aunque no vemos a menudo estrenos australianos por estos lados, de vez en cuando un nuevo título -por ejemplo, hace dos años «El cazador» y en 2015 la premiada «Mad Max: Furia en el camino»- nos recuerda el gran aporte que ha sido ese país en términos cinematográficos, gracias a cineastas como Peter Weir y George Miller. En este caso, este es el regreso tras casi dos décadas de la directora Jocelyn Moorhouse («Proof»), quien en este cuarto largometraje y tras dos producciones en Hollywood, aún mantiene cierto innegable interés.
La película es una particular y muy sui generis mezcla de tragedia familiar, comedia negra desquiciada, retrato social de una comunidad, historia de superación, melodrama romántico e incluso western, y precisamente en esa mixtura radican sus aciertos y defectos.
Irregular y fallida en más de un aspecto, con problemas en su ritmo y en el desarrollo de la trama, aborda demasiadas aristas a la vez y es inevitable que eso agobie a más de un espectador, o que no se sintonice con su particular humor a menudo esperpéntico, sorprendente y desbordado, que se alterna con los toques dramáticos.
Pero a la vez la trama tiene ciertos elementos que evocan a clásicos teatrales ambientados en asfixiantes lugares que corresponden al tradicional «pueblo chico infierno grande», sus giros argumentales no responden a convencionalismos o clichés narrativos, y su excelente elenco -encabezado por una espléndida Kate Winslet y la gran Judy Davis y compuesto también por una sólida galería de secundarios- consigue que a pesar de sus rasgos de caricaturas, los personajes estén llenos de vida.
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