José Piñera es alucinante como personaje. Exquisito para los medios. Un villano perfecto en épocas de confusión: se viste y habla como uno. Y no le avergüenza.
Es un genio del mal. Es como el Joker del modelo, sólo quiere ver una pelea enorme: rabia, división, grieta. Al mundo arder por una idea. Ofrece amistad cívica como un chiste. Ofrece una propuesta que no es más que la profundización del Mercedes Benz, que sin bencina no anda. Como si todos pudiésemos tener uno, pero que cree que en cada esquina hay una estación de servicio y que siempre la gente va a tener el mismo trabajo para imponer casi lo mismo. Finalmente es una fórmula un poco esclava, asumamos: si te peleas con el jefe “la culpa es tuya sobre tu futuro”. Es una gran idea desde la perspectiva de la cultura del inquilinaje a la que estamos sometidos.
José Piñera es como Magneto de los X-Men: asumidamente de otro lado. Capaz de defender “su obra” como ninguno, incluso cuando los mismos que profitan de ella están preocupados de que esté gritando la fórmula y alguien capte la trampa. Él tiene una cruzada. Él tiene una respuesta. Él piensa que es infalible. Y que todos los críticos están equivocados. E, incluso, inventa realidades: viajes por el mundo que no son, retornos que no existen, épicas falsas.
José es un personaje anquilosado en un tiempo que ya fue: incluso los presidentes de las AFP ya ven que todo atrasa en su formato. José está en un lugar donde por ser, y pertenecer a un grupo, está inmediatamente habilitado para el disparate, el desprecio y la creación de un espectáculo donde él es un líder y el resto, somos unos tontos.
José es muy de los 80. José es la base de toda la forma de pensar y decir con todo esto.
Todos podemos jugar a qué hubiésemos hecho en el puesto de Juan Manuel Astorga a propósito de su entrevista en “El Informante”, que pasó a ser enfermante. Yo, que he entrevistado a uno que otro hombre autoconvencido de su verdad, te puedo dar una pista: no se puede hacer mucho.
En tiempos donde el ejercicio del periodismo parece cada vez más una mímica parodiable de forma y sin fondo, el gran error de ese momento tiene que ver con lo que yo llamo la estrategia Swat. Si tú tienes alguien a quien quieres juzgar en público o conversar con él sobre lo equivocada frente a los hechos que tiene una idea, debes asumir que en cualquier momento puedes pasar a ser un villano en torno a la victimización estratégica que puede ejercer.
Entonces, el fallo no tiene que ver con Juan Manuel, sino con la nota introductoria que generó que el entrevistado corriese hacia ella para ignorarlo y atribuir un ataque que no existe. Pero él siempre va a estar convencido, como a todos los que nos bloquea en Twitter que sí: estamos al ataque. Y eso es esa lógica de equipo Swat que hay que empezar a dejar para hacer mejor contenido, porque ya lo detectaron los pastores. Ya lo rezan sin miedo: “Usted esta desinformado”.
Nadie por supuesto busca que se transforme una entrevista en una alabanza al invitado, pero para armar un ambiente no puedes ingresar con el acto central del circo: primero tienes que construir la carpa. Por lo menos eso he visto.
Fuera de ello, lo notable es la paciencia de Astorga al enfrentarlo. Sólo en el momento en donde el autoconvencimiento nubla cualquier diálogo comienza la pelea final. Y ahí estamos nosotros, mirando un gran show. Pero a la vez, en la isla de no saber qué sucederá con nuestro futuro. No sabemos cuánto recibirán nuestros padres, que han estado ahí poniendo “pesito a pesito” para su jubilación y el problema viene para nosotros que nos vamos a hacer cargo de algo que por desgracia lentamente se revela como un horrible saqueo.
Y lo horrendo es que tampoco tenemos educación ni salud, somos seres peleando en un far west. En una patria inventada llamada Chile donde el videojuego siempre lo ganan algunos y nosotros damos la pelea poniendo las fichas en una máquina donde, a la mitad, nos morimos de sorpresa. Sin explicación. Sin servicio técnico.
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