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Asfixiada por la extrema rigidez de la dinastía más antigua del mundo, incapaz de limitarse a un papel de proveedora de un heredero del trono, la princesa Masako de Japón padece un estado depresivo, admitieron las autoridades niponas en 2004. Desde entonces lleva más de 12 años tratando de superar su depresión.
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La Agencia Imperial japonesa dio por fin un nombre al mal que padece Masako: «problemas de adaptación». La princesa, de 53 años, sigue actualmente un tratamiento por «lo difícil que le resulta responder a sus obligaciones protocolarias».
La historia había comenzado sin embargo como un cuento de hadas: la bella plebeya Masako Owada, diplomática políglota formada en Harvard y Oxford, se casó con Naruhito en 1993. La boda desató un gran entusiasmo popular y la esperanza de un heredero varón, el único que puede acceder al Trono del Crisantemo.
Pero Masako, arquetipo del Japón del siglo XXI, mujer emancipada y soltera hasta casi la treintena, lo que Japón se considera casi una herejía, chocó con la pesadez de una dinastía a la que se le atribuyen 2.600 años de antigüedad.
Sus esfuerzos por convertirse en embajadora de su país, una especie de «Lady Di» japonesa (antes de los escándalos), disgustaron a más de uno. Los japoneses «no quieren ver a sus monarcas comiendo helados en verano… quieren que sean la inspiración del honor», explicó Hiroshi Takahashi, profesor en la Universidad de Shizuoka (centro-este)
En 1946, el ex emperador Hirohito admitió no ser una «divinidad viviente» pero para muchos japoneses el emperador sigue siendo el «tenno» («señor del cielo»).
La Agencia Imperial, con un millar de funcionarios que defienden la tradición, «considera de la mayor importancia la observación de un protocolo estricto (…) Hay una brecha enorme entre la Agencia y la princesa», explica el periodista especializado Toshiaki Kawahara.
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«Su conservadurismo no tiene igual… y es absolutamente imposible que una mujer pueda modificarlo», agregó.
Antes que ella, Michiko, la esposa de Akihito, había desatado la ira de los tradicionalistas, entre ellos el escritor Yukio Mishima, quien denunció un «sistema imperial para revistas».
Queriendo dar a la monarquía un rostro humano, se la vio educar a sus hijos, algo impensable hasta entonces, e incluso tomar en sus brazos a una víctima del terremoto de Kobe en 1995. Michiko también conoció el «estrés imperial», que le hizo perder temporalmente la voz en 1993.
Masako quería ir todavía más lejos que su suegra: «no quiere verse confinada al papel secundario de madre», explica Ken Ruoff, un investigador estadounidense especialista de la familia imperial japonesa.
Tuvo todo lo contrario. Acostumbrada a los viajes, sólo efectuó cinco desplazamientos al extranjero en 11 años, desatando especulaciones sobre un eventual castigo por no haber podido dar un heredero al trono.
Tras un aborto natural en 2000, el 1 de diciembre de 2001 dio a luz a una niña.
Este es el origen de «la mayoría del estrés» de Masako, según Ruoff, que insta a la abolición de la «falocracia imperial» instaurada en 1889. Antes de esa fecha, Japón tuvo ocho emperatrices.
«La gran mayoría de la población está a favor» pero «la extrema derecha, una minoría influyente, ve en ello el fin del linaje y por lo tanto el fin de Japón», recuerda.
<<En los últimos años Masako ha tenido épocas de cierta mejoría, que le han llevado a aparecer con cuentagotas, por ejemplo en las entronizaciones de Máxima y Guillermo de Holanda en abril de 2013, o de los soberanos de Tonga en 2015, así como a la conferencia sobre educación sostenible en la Unesco. Incluso en noviembre pasado acudió por primera vez en doce años a la tradicional «ceremonia del jardín» que ofrecen los emperadores en palacio.
Sin embargo, el propio Naruhito, quien se ha visto forzado a reconocer públicamente la realidad del drama que afecta a su esposa, confirmando incluso que se sometía a una terapia, es bastante pesimista. Pese a afirmar que Masako está dando pasos en la dirección correcta, no tiene mucha fe en que pueda volver a desempeñar de nuevo todas sus tareas públicas. En definitiva, que de no existir un milagro, Masako seguirá siendo la «mariposa de las alas quebradas», sobrenombre con el que se la conoce.
PUB/IAM