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Un año -y un crucero- después del restablecimiento de lazos diplomáticos, Estados Unidos y Cuba siguen atando cabos en su relación bilateral, un proceso complejo pero acelerado que, según los analistas, no tiene vuelta atrás, sin importar quién ocupe la Casa Blanca.
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El 20 de julio de 2015, las Secciones de Intereses de Cuba y Estados Unidos se convirtieron oficialmente en embajadas, lo que impulsó una serie de avances coronados con la histórica visita del presidente Barack Obama a La Habana en marzo, donde llamó a los cubanos a enterrar los últimos vestigios de la Guerra Fría.
«Un año después del restablecimiento de relaciones diplomáticas formales, las relaciones entre Washington y La Habana se han movido muy rápido, mucho más rápido del ritmo normal de cambio diplomático», dijo a AFP William LeoGrande, especialista en América Latina de la American University en Washington.
Los dos países restablecieron el correo postal directo, los cruceros estadounidenses volvieron a la isla después de medio siglo y desde septiembre vuelos directos unirán un puñado de ciudades a ambos lados del estrecho de La Florida.
Aunque el embargo de Washington de 1962 aún prohíbe el turismo en Cuba, las visitas de estadounidenses se duplican, la cadena hotelera Starwood inauguró un hotel en La Habana y empresas como Netflix y Airbnb se dejan sentir en la isla.
– Clinton, con «más cuidado» –
El sorpresivo acercamiento con Cuba fue otra jugada audaz de Obama, que ocupa sus últimos meses en la presidencia, sin más elecciones que ganar y frustrado por las barricadas de sus opositores en el Congreso.
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Para el nuevo presidente que tome el control de la Casa Blanca el 20 de enero de 2017, el tema cubano puede ser un asunto más sensible, con una agenda legislativa propia y un capital político a gastar meticulosamente.
«El ritmo del cambio puede ralentizarse de algún modo, porque el nuevo presidente tendrá sus propias prioridades», dijo LeoGrande, coautor de un libro sobre medio siglo de diplomacia encubierta entre Washington y La Habana.
El acercamiento con Cuba apenas ha resaltado en la virulenta campaña electoral a las presidenciales de noviembre, con los titulares centrados en las incendiarias declaraciones del candidato republicano, Donald Trump, y los escándalos de su rival demócrata, Hillary Clinton.
Wayne Smith, ex jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, se sorprende de que a diferencia de hace unos años, las autoridades cubanas ya no son «los sospechosos habituales» de los republicanos, quienes están realizando su convención para coronar a Trump como su candidato esta semana en Cleveland (Ohio).
– Ruptura impensable –
Todos los cambios introducidos fueron decididos sin ningún voto del Congreso estadounidense y podrían ser cancelados de un plumazo por el sucesor de Obama.
Gane quien gane en noviembre, nadie en Washington imagina que el nuevo ocupante de la Casa Blanca rompa nuevamente relaciones con La Habana y traiga de nuevo medio siglo de enemistad y desconfianza mutua.
Claramente, la principal razón es económica: el potencial del pequeño país de 11 millones de habitantes situado a menos de 200 kilómetros de Florida.
La ex secretaria de Estado, que se asume como heredera de las políticas de Obama, ha dicho que el embargo «debe terminar de una vez por todas», abogando por un enfoque a favor del sector privado «para fomentar el progreso y presionar al régimen».
Para Ted Piccone, analista del Instituto Brookings, «una presidencia de Clinton mantendría el rumbo trazado por Obama».
«Quizás con un poco más de precaución», añadió.
Si se trata de Trump, el magnate inmobiliario ha enviado señales contradictorias: cree que «la apertura hacia Cuba está bien» aunque opinó que es posible obtener un «mejor acuerdo».
Trump intentaría «fijar mayores condiciones para el acercamiento», dijo Piccone a AFP.
Según Smith, el impredecible millonario, quien se burló del viaje de Obama a La Habana y prioriza la seguridad en su campaña, podría también intentar ridiculizar a los demócratas, acusándolos de tener una «política suave» hacia la isla.
– Embargo, el mayor desafío –
Ciertamente, los dos países todavía deben resolver varias controversias.
Además del fin del embargo, Cuba exige la devolución del territorio que ocupa la base naval estadounidense de Guantánamo desde 1903, y deben aclararse los millones de dólares en indemnizaciones por la nacionalización de empresas estadounidenses en el país comunista en 1960.
Según LeoGrande, el embargo será el «mayor desafío» del próximo presidente en su política hacia Cuba. Necesitaría armar una «amplia coalición» de demócratas y republicanos pro negocios para finalmente revocarlo.
Algunas medidas de Obama han flexibilizado las regulaciones, pero según Piccone un levantamiento absoluto del embargo luce «improbable si no se producen más cambios en Cuba».
PUB/IAM