Una vez al año, los viejos pascueros de todos los Polos Norte del mundo toman sus trineos y sus renos Rodolfo para viajar a Copenhague, Dinamarca. Aunque es pleno verano en el norte del planeta, los abrigos rojos y gorros rojos y pompones blancos se esparcen por la ciudad como si fuesen una procesión de viejos pascueros.
En los catamaranes, en los restoranes, en las micros, yendo en bici por las calles tranquilas de Dinamarca. Los turistas y nativos se sacan fotos y saludan a los viejos. Alguno también reclama por sus deseos no concedidos.
¿Para qué lo hacen? Además de discutir sobre las dificultades que implican trabajar en un mundo globalizado, donde hay mucha información, teorías y estudios sobre la veracidad de sus existencias, los viejos pascueros eligen cada año al Viejo Pascuero Honorífico.
Los criterios sobre los cuales se basa la elección son la calidad de la barba, los anteojos, la guata y la ropa, además del estado y bienestar de los renos. Porque también son animalistas.
Pero lo más importante es la recuperación y difusión de los valores y del espíritu navideño, cosas que en estos tiempos están en crisis, al igual que la economía y la política.
Como sea, al menos ellos sí pueden seguir diciendo «jojojó».
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