No habían pasado ni 24 horas desde la catarsis de Colo Colo en Talca y Aníbal Mosa ya estaba haciendo de las suyas. En lo deportivo, perfecto, se hizo la poda que debió haberse hecho hace bastante tiempo, antes de que los históricos se tomaran el camarín para hacer y deshacer a su antojo, algunos sin siquiera aportar en la cancha.
Pero en lo dirigencial, el puertomontino volvió a lo de siempre. Cuando era momento de poner paños fríos y anteponer al club por sobre los intereses personales, para que todos remen para el mismo lado, reflotó la guerra interna que tuvo a los “albos” al borde de hundirse.
De partida, avisó que no pensaba renunciar, en vez de tomarse unos días para reflexionar y darse cuenta de que su estilo de conducción no da para más. No hace falta repasar sus innumerables errores individuales.
A continuación, repartió culpas entre los del directorio, haciendo alusión a las votaciones unánimes en las reuniones. Está clarísimo, él no es el único causante de este desastre, pero es la cabeza, o sea, es el máximo responsable.
Siguiendo la lógica del empresario de origen sirio, entonces, da igual quién sea el presidente, total, todos votaron lo mismo. Así, qué fácil.
La guinda de la torta fue su postura de mártir, al destacar como logro que ha “dado la cara permanentemente, poniéndole el pecho a las balas”. Mínimo, ¿no?
Así como Paredes, Valdivia y Fernández, entre otros, ya no están para jugar en el “Cacique”, tampoco Mosa está para seguir al mando. Pero claro, él es el dueño.