Arturo Vidal tenía un sueño, quería ser el mejor jugador del mundo, y en sus cavilaciones nocturnas, conversando de manera íntima con la almohada, se imaginaba en el Real Madrid. Un deseo que pudo concretarse efectivamente y que tomó forma para todos los actores, pero que a pocos días de cumplir 31 años, se consolida como la quimera de su vida.
Lejos del Santiago Bernabéu, al que no pudo llegar para defender al Bayern Múnich en el partido de vuelta de las semifinales de la Champions League, y mascullando la rabia desde su casa, donde se recupera de la operación a la rodilla, seguramente los recuerdos se relacionan en su cabeza al ver al equipo más ganador de Europa.
Su fútbol fue la llave para la élite en el Viejo Continente, en la cual decidió ir paso a paso, pero el Bayer Leverkusen le quedó chico rápido y el sueño se le quiso hacer realidad pronto. Era el 2011, momento propicio para dar el salto a la excelencia con la Juventus, equipo en el que triunfaría y del que se haría hincha posteriormente. Sin embargo, al llegar a Turín, unas confusas declaraciones complicaron su primer encuentro con los “tifosis”: el chileno veía a la Vecchia Signora como “un escalón para llegar al Real Madrid”, aclarando su anhelo de juventud.
Así lo dijo, directamente. Su opinión en un minuto de sinceridad, además, provocó su inmediata cercanía con los merengues. Camino allanado, más aún por las notables presentaciones del jugador, que pareciera llevar el ADN madridista, completo técnicamente y con una sed de triunfo inagotable.
Siete años después, las calles de la capital española otra vez deliraron con una nueva semifinal de Champions y, pese a la rivalidad, los aficionados merengues manifestaron su admiración por el chileno. “Es muy bueno, muy físico, podría sustituir a Casemiro fácilmente. Aporta además con técnica y valentía”, dice Pablo, joven de la nueva camada de fanáticos. Por otro lado del Bernabéu, un hincha de nombre Mario, ya entrado en la sexta década de vida, concuerda: “Es un grandísimo jugador, un mediocentro que cualquier equipo quisiera tener. Da lo mismo lo que diga, son cosas del fútbol”.
Ese anhelo compartido, como el amor recíproco que nunca se concreta, pudo haber llenado las portadas con el titular «Real Madrid ficha a Vidal». Fue en el 2014, tras conseguir la décima Champions. Con ánimos de gloria, Carlo Ancelotti y Florentino Pérez se reunieron para pulir la máquina nuevamente, esta vez con dinero fresco, para que el entrenador pidiera. “Quiero al mejor mediocentro del mundo”, le señaló en las intalaciones del club.
Pero la vida está hecha de pequeños detalles que pueden cambiar todo: una letra en el contrato, la entonación que hace pelear a la pareja de pololos o la confusión en el mapa que terminó con una derrota en la guerra. En ese Madrid, el italiano quería a Vidal, el mejor “para” el equipo. Sin embargo, el mandamás acomodó la oración y le trajo el que para él era el Top 1 en la posición: el campeón del mundo Toni Kroos.
“Es un gran jugador, sirve para defender y atacar. Encajaría perfecto en nuestro equipo”, repite otro hincha, que minutos más tarde olvidaría esa entrevista celebrando una nueva final de Europa para su club.
Su paso al equipo blanco se frustró y su carrera se cimentó de logros con la Roja, así como con la Juve y el Bayern. El tiempo pasó y la quimera se solidificó. Más aún con la sicología palpitante de lo no logrado, pasando de tener al Real Madrid como referente a odiarlo con declaraciones explosivas en las redes sociales y ante las cámaras. Pasó a ser enemigo público en el clásico de Europa.
De todas formas se lo perdonarían a Vidal, es que hay lugares en que estas pachotadas son tomadas con aprecio. Se transforman en ganas de ganar, pasión por el triunfo o personalidad, valores que busca la Casa Blanca. El problema no está ahí, ni tampoco en su criticada disciplina profesional, el fichaje se transforma en ese monstruo con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón (como se representa en las fábulas) por el paso del tiempo, ése que cambia los sueños posibles en quimeras.