Por Javier Rios Rodríguez, especial desde Barcelona
No fue un día normal en Barcelona. Las jornadas de Champions aceleran el movimiento de las venas que conducen al corazón de la ciudad, así como en las localidades
cercanas. Una de ellas es Casteldefells donde Lionel Messi despierta cada mañana, y como un ritual besa a sus tres hijos y a su esposa, el maestro se llena de amor para una
nueva gesta futbolística.
La ciudad condal despertó distinta, impaciente. La imagen de la chilena de Cristiano Ronaldo copando las portadas de los periódicos incentivaron las comparaciones, así
como las ganas de que en la noche su máximo ídolo lo equiparara y aunque no entregó un acto de magia como siempre, fue el líder de la orquesta que tiene a su equipo con un pie en las semifinales con el 4-1 en el partido de ida ante la Roma.
Los 20 grados agradan y el almuerzo se sirvió con calma en La Ramblas, así como en la concentración del Barca. Había que enfocarse, se enfrentaba un duro partido de cuartos de final y para eso la comida liviana es ley. Las bromas con Luis Suárez se quedaron ahí y los protagonistas pasaron al acto solitario de ponerse los audífonos. Ahí el mejor del mundo, como sus compañeros, ingresó en su propio mundo con una playlist donde el reggeaton es protagonista: el ritmo de J Balvin, J Álvarez, Prince Royce y el rock de los argentinos de Intoxicados lo acompañan camino al Camp Nou.
Ya para el calentamiento concita todas las miradas, mientras los 90 mil espectadores se comienzan a acomodar. Con el pie derecho ingresa a la cancha, calienta sin levantar
mucho la cabeza, se nota concentrado. Los hinchas ya comienzan a disfrutar de su talento con sus disparos en el calentamiento de los arqueros: el primero una joya que no
pudo repetir en el partido, zurdazo al ángulo para dejar como estatua a Marc André Ter Stegen. Fueron cinco tiros desde la media luna del área, los primeros dos al fondo y tres tiros al poste, ni cerca de lo que vendría, en los 90 minutos. La Pulga tendría que ponerse el overol.
Por mientras, al lado de la cancha, unas letras tridimensionales blancas toman la atención. Messi 100, decían y premiaban la efectividad del argentino en la Champions League. Rápido abrazo con Carles Puyol y enfocarse en el plan que tenía Ernesto Valverde, que inició con un 4-4- 2 para no pasar zozobras con los nominales tres atacantes del equipo italiano. Messi va como segunda punta junto a Suárez, una tarea durísima frente al rigor de los cuatro marcadores constantes que tuvo en sus espaldas.
El saludo con Diego Perotti antes de ponerse como puntero derecho, medias arriba, camiseta manga que sólo visen también, Gerard Piqué y Nelson Semedo, la gran sorpresa en la formación.
Un Messi en segundo plano
Partido apretado, de nervios. Se resbala y mira el piso sorprendido. Su compatriota lo baja, no se puede pasar a todos. Insiste. Primer tiro de Messi recién a los 11 minutos la muestra inicial de un abanico de lanzamientos especialmente desde afuera del área que Alisson logró conjurar, mejor que ninguno de los porteros este 2018 prolífico.
No celebró pero el argentino envió un mensaje la Roma: no se va a regalar. Un encuentro friccionado para el mejor del mundo, que se pasaba a tres y se encontraba con un cuarto defensor antes de poder accionar su zurda.
Aún así el final de la primera fracción deja una habilitación de taco inolvidable que Suárez no logró aprovechar frente al meta brasileño. Y el peligro de su figura, esa que enciende alerta en defensas experimentadas y provoca desaguisados como el autogol del De Rossi en el minuto 38, Messi era el destinatario del balón que el barbón terminó enviando al fondo.
Sólo un par de disparos pudo sacar apurado en la segunda fracción para volver a convertir al arquero brasileño en figura, incluso una volea que en otros partidos sería para
celebrar termina en la tribuna.
Es claro, hoy el jugador que parecía el hermano chico de los gigantes defensores romanos tuvo otra misión, la de maduración y gestación de una goleada fría, sin brillos, las que llevan a los grandes equipos a los títulos más difíciles.
Lionel no sabe de su 79 % de efectividad en pases. Vuelve al medio, abraza a Suárez y se saca la jineta que le aprieta, seguramente como recordándole el trabajo que significa
llevarla puesta y hacer jugar a sus compañeros. Recibe el aplauso y se va mirando esa prenda. La tribuna que de todas maneras lo aplaude, aficionados delirantes, todos pensando en que queda un largo camino y varias jornadas para celebrar. La de hoy, no, era para el overol y Messi se lo puso.