Por Gonzalo Pérez Amar, enviado especial a Córdoba
Desde muy temprano en la mañana, el sector de La Cumbre, a casi dos horas de Córdoba, se llenó de gente con reposeras, congeladores, y el clásico termo para el mate. La idea era tener un buen lugar para ver la llegada a la meta de los competidores del Dakar 2018 tras intensos quince días de carrera.
Ahí, en medio de esa multitud y donde los argentinos eran mayoría, había un grupo de ocho chilenos vestidos con camisetas azules y blancas con el nombre de Ignacio Casale en la espalda.
Con rostros nerviosos y mucha ansiedad, el equipo de trabajo y su familia esperaban la llegada del Perro como el gran vencedor de la categoría de cuadriciclos. Primero fueron minutos, luego una hora, pero finalmente el piloto nacional emergió entre las múltiples motos que habían en el sector de meta.
Tras un largo rato dando entrevistas como el nuevo campeón, Casale finalmente pudo acercarse hasta donde estaban sus más cercanos. Primero vinieron las fotos de rigor, luego el beso con su esposa, María Jesús Galilea, y para terminar el tradicional ceacheí y un manteo que fue iniciado por su equipo más cercano de trabajo.
El festejo siguió con más entrevistas y felicitaciones por montón. Cuando todo eso pasó, Ignacio Casale descansó abrazando a su hermana, su padre, quien lo acompañó durante toda la travesía del Dakar como integrante de su equipo de trabajo, su mecánico, Axel Heilenkotter, y un honesto grito al aire pidiendo vacaciones.
La misión estaba cumplida y la íntima celebración familiar se trasladó hasta el hotel donde el Perro descansará después de la larga odisea para conseguir el bicampeonato.