Juan Ignacio Gardella
Subeditor El Gráfico Chile
«A un lustrabotas lo volví loco. Me lustraba y no le pagaba, y al otro día iba y lo convencía para que me lustre sin pagarle otra vez. Le decía que mi mamá estaba enferma, o que era mi cumpleaños o que estaba muy mal, deprimido, que me hiciera un favor. Y José siempre me volvía a lustrar. Le colonizaba la cabeza. Era competir contra José. Yo tenía plata para pagarle, pero mi objetivo era no pagarle y que lustre igual».
Palabras textuales de Jorge Sampaoli en el libro «No escucho y sigo», del periodista casildense Pablo Paván, biógrafo de su coterráneo, referentes a los tiempos mozos del DT en su localidad natal. Cuando las leí por primera vez, me quedaron dando vueltas, pero hoy me hacen más sentido que nunca. Así es la moral del entrenador, que siempre va a tratar de salirse con la suya. Si puede ahorrarse impuestos gracias a las Islas Vírgenes o no pagar su cláusula de salida de la Roja -Arturo Salah vendría siendo el «lustrabotas» en la actualidad-, va a hacer todo lo posible por conseguirlo. Él fue así desde un comienzo, jugando al límite tanto dentro como fuera de la cancha, lo que nos dio nuestro único título futbolístico a nivel de selección y ahora nos tiene sumergidos en una de las crisis más profundas en la historia del balompié nacional.
Más allá de la ética del técnico, y de sus desafortunadas declaraciones de la semana pasada, vale la pena preguntarnos como sociedad por qué pasamos de idolatrarlo a demonizarlo en sólo días. Sí, se conocieron antecedentes que antes no se sabían -que aún no están del todo claros-, pero Sebastián Beccacece está en un escenario similar al de su ex jefe -constituyó una sociedad en un paraíso fiscal y se fue de la Selección sin cancelar lo que estipulaba su contrato- y nadie pide que deje el banco de la U. ¿Por qué la disparidad de criterios?
Un ejemplo del extranjero, para comparar: la evasión tributaria de Lionel Messi en Barcelona. Fue por un monto mucho mayor, pero en Cataluña no se pidió la partida del argentino del equipo azulgrana y estuvo lejos de ser «apedreado» en la plaza pública.
En un país como el nuestro, donde unos se coluden, otros evaden -tres de cada 10 personas no pagan su pasaje en el Transantiago- y los políticos se ríen en nuestras caras, ¿por qué tanto odio hacia Sampaoli?
Ahí aparece el falso moralismo de una parte del pueblo chileno, digno de un Balón de Oro, que, como no está acostumbrado al éxito, apenas alguien lo alcanza, busca enlodarlo. Es el popular «chaqueteo». Ocurrió incluso con Marcelo Bielsa, a quien apuntaron con el dedo por no querer darle la mano a Sebastián Piñera, un «pecado mortal». Fue el detonante para atacar al Loco, ya que no tenía ningún «chanchullo».
Éticamente diferentes, ya nos farreamos a Bielsa y a Sampaoli. Suponga que viene Manuel Pellegrini, un «caballero». Ya le encontraremos el defecto. En una «isla virgen» como Chile, no se admiten «pecados».
PD: Si Sampaoli pagara la cláusula de salida, cada dólar iría a parar al mismo pozo de las entradas de los partidos como local de la Roja, las mismas que han generado rechazo popular por su alto costo. Seguramente, esa plata se usaría para el desarrollo del fútbol chileno, como las del CDF…