El Gráfico Chile

Columna de Colo Colo: Informe de una década

Viejo, te juro que yo devuelvo la Libertadores por volver a ir al estadio tomándote la mano.

Por Álvaro Campos Q
@_Alvaro_7
Columna del movimiento Colo Colo de Todos
FB de Colo Colo de Todos
@ColoColodeTodos

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Habría que partir por reconocer los errores. Teníai razón, la Bruja Romero nunca resultó ser el crack al que le puse mi confianza. “¿Y es argentino ese hueón?” repetíai burlescamente cada vez que la perdía.

También te equivocaste tú. El Alonso Zúñiga que te deslumbró en el Wanderers de la campaña que seguiste con el tío Tino no sólo fue un bodrio en Colo-Colo, sino que después de unas cuantas declaraciones tribuneras, selló su destino de fracasado vistiéndose de azul.

Neira nunca terminó jugando de 8 como auguraste. Es cierto que tenía el buen pie, pero hasta su retiro mantuvo ese olfato maldadoso con que a sus 15 años nos hacía madrugar. Tampoco Tapia jugó en ese puesto, pero no te sorprendería verlo en la banca alba. Está tirando al equipo p’arriba el Tito. Las vimos duras con una vuelta muy desafortunada de Benítez, que a ti nunca te gustó mucho, aunque antes de sus triunfos, allá por el ’95, simplemente lo odiabai. Una vez quedamos eliminados de una copa internacional, y tú reclamabai solo, paseándote por el living, y gritando que cuándo se había visto un buen entrenador paraguayo. La Carola se rio de ti y te dijo que parecíai Bonvallet.

Bonvallet. Me da hasta vergüenza reconocerlo. Le compré todo su discurso. Hubierai disfrutado maliciosamente verlo destrozar su credibilidad tanto fracasando en la banca como con los escandalillos de su vida privada. Pocas cosas disfrutabai tanto como estar en lo correcto. Hoy lo sigo considerando un entendido en fútbol, pero ahora cacho más cosas: que su personaje es comédico, que su discurso es simplón, que sí vendió a sus compañeros más allá de que sus caídas de cassette eran ciertas. Ya no existen los cassettes.

Me imagino ahora a algún patadura de los noventa agarrando los micrófonos y predicando lecciones, y ahora es tan fácil descubrir a un chanta. Pero más que nada, me impresiona imaginar dónde me hubiera llevado mi credulidad adolescente si el discurso violento, chauvinista y discriminador me hubiera pillado desprevenido en algún otro contexto.

A ti no te gustaban los farsantes que se andaban quebrando, te gustaban los ingeniosos. Le celebrabai una buena talla hasta a los que te caían mal, desde el Súperman Vargas a Maradona. Pero en ese sentido tu favorito era el Bichi. Te encantaba el Guatón, verlo jugar, escucharlo declarar. Desde la conferencia de prensa en que asumió la banca del Popular, cuando dijo que si su señora lo dejaba por otro se iría con ellos, te hubiera conquistado como entrenador.

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Y lo que vino después, cómo te lo explico. No he visto a gente vestida con nuestra camiseta jugar mejor. Qué pena que no lo viste. Era el fútbol que te gustaba, eran pura alegría. Una vez, hablando sobre los niños de la sub-17 de Japón comentaste que cualquier jugador de la cancha tenía el arco contrario en la cabeza. Bueno, así jugaban estos muchachos. Y eran colocolinos hasta los huesos, de lo último que alcanzó a criar el club. Lo único que me pregunto es a quién hubierai preferido: Valdivia o Fernández.

De eso se trataba en esa época: ese equipo no tenía rival, goleaba al que se le cruzara (hacía al menos 3 y no paraba de buscar otro), entonces su disputa era con el Colo-Colo ’73, con los Héroes del ’91, con el invicto de Platko. Perdimos la Sudamericana (¿conociste la Sudamericana?) ante un Nacional lleno, pero no fue un fracaso. Estuvimos ahí con Miguel, que se casó.

Ahora bien, estos mercanchifles corruptos de los que siempre desconfiaste, porque algo siempre te olió muy raro en la quiebra, vendieron a las estrellas y, en vez de reinvertir en el equipo, se llevaron las utilidades al bolsillo. El sinvergüenza de Piñera de la mano de su socio Ruiz-Tagle, consiguió su objetivo de llegar a La Moneda, utilizando al Cacique en el camino y avergonzándonos a todos en una ridícula ceremonia en que se festejaron mutuamente mientras los jugadores, que no lo querían ver ni en pintura, estaban fuera de Santiago.

Después se nos puso complicado. Vinieron las vacas flacas, que no sé si alguna vez flaquearon tanto. Tú siempre comentabai una sequía de 7 años. Llevamos menos ahora, pero más campeonatos. Además, nos hemos tenido que comer goleadas bien ignominiosas y hemos visto correr, o trotar, de blanco a una tropa de muertos sin corazón, traídos por coimeros que se arreglan los bigotes igual que antes.

Muchos sindican como el punto en que se fue todo al carajo el día que Barti renunció (fue DT y nos sacó campeones) en una teleserie que implicaba a la dirigencia y a cabrones de camarín. Tú le hubierai hecho la cruz a Sanhueza y los suyos, aunque tampoco hubierai dejado de criticar al 7, porque sí se equivocó y no sentíai por él esa pasión enceguecedora, ese fanatismo febril que siempre te llamó la atención en mí. “Este hueón está enamorado de Barticciotto” le dijiste una vez a un amigo.

Qué más te puedo contar. Después de mucho pensarlo y consultarlo y reflexionarlo, terminé perdonando al Cóndor Rojas por ti. Creo que tú también lo hubierai hecho, porque pasados los años uno se ablanda y, de todos modos, ya lo hice y qué. Lo perdoné en tu nombre y si no te gusta, cagaste.

Recuperé mi memoria fotográfica, después de que por la primera mitad de la década pasada todas las fechas se me hicieran nebulosas. Sí me acuerdo que estábamos viendo por la tele un partido en Calama (ganamos 2-1) cuando tú te fuiste al hospital, en el entretiempo, algo demasiado inusual en ti. Cuando nos confirmaron que no había vuelta atrás contigo, no había más por hacer y en ese momento ni siquiera te podíamos ver, así que yo agarré mis hueás y llegué a la casa. Prendí la tele y, en silencio, vi un pálido 4-0 sobre Temuco, solo. No recuerdo mucho más.

Las viejas están bien. Mandan saludos. Saben que no te voy a ver al cementerio si juega el Colo, porque estoy más cerca de ti en el Monumental. No conociste a la Anita. Todavía no es colocolina, pero tiempo al tiempo. La conquisté yo, que es lo más difícil; lo otro, que la conquiste el Cacique, es inevitable, fácil.

Otras cosas no son tan fáciles. Me pasó mucho el 2004, mientras cualquier equipito complicaba a un plantel mediocre: que me daba vuelta a decirte algo y no estabai. Siempre digo que no me duele que te hayai muerto, me duele que no estís vivo. No lloré en el funeral ni el entierro ni cuando vamos al cementerio, pero me costaba más aguantarme cuando en el medio de un partido el lateral pasaba sin que le cambiaran de frente, me giraba a tu sillón para decirte algo y tu ausencia me pillaba mal parado, de sorpresa, de contragolpe.

Todo lo que no lloré antes, lo saqué de adentro a mares una noche que tuvo superclásico, final y penales. Si no moríai el 2003 te moríai ahí, el 2006, de la pura neura. Estaba tan tenso en la galucha que no podía ni cantar porque la voz no me salía y, cuando al fin ganamos, entre todo el bullicio y el griterío, pude imaginar nítida tu voz, en medio de los festejos, diciendo que eso era Colo-Colo, o alguna frase por el estilo. Abracé al Pato, que estaba conmigo, y me puse a llorar a lo bestia, con espasmos y todo. Me tuve que sentar porque las piernas me tiritaban. Un desconocido me tomó de la espalda y me sacudió gritando “¡arriba, choro!”.

Sólo he vuelto a quedar así viendo la película Sixty-Six, especialmente su escena final, que explicita lo que siento por ti. El niño cuenta que lo que sucede cuando te conviertes en un hombre es que dejai de culpar a tu papá por no ser perfecto, y te dai cuenta que es un hueón común y corriente, y querís al hombre que es. Y que, ahí, en el estadio, pudo ser su amigo y quererlo.

Tampoco es llanterío a cada rato. No hueís poh. Uno también es bien machito pa’ sus cosas. Apenas algunas lágrimas locas en la lejana ciudad de Coronel, este octubre, cuando sin ninguna razón, un amigo tomó la palabra en el entierro de su papá y, sin que nadie le reclamara nada, se puso a hablar de ti. Fue muy extraño, si ni te conoció. Se acordó de cómo llegabai con el diario y te lo devorabai. Hasta a mí se me había escapado ese detalle: lo importante que fue la sección de deportes del domingo en mi educación. Tuviste harta paciencia en mi enseñanza, no sólo con el fútbol, y me da un poco de lata sospechar que la gente piensa que lo único que tuvimos en común fue Colo-Colo, porque no fue así. Compartimos muchas cosas. Pero el fútbol… era otra hueá.

Ahora trato de honrar ese vínculo desde nuestra trinchera de Colo-Colo de Todos. Yo cacho que no hubierai creído en nosotros: tú naciste durante la Segunda Guerra Mundial y teníai muchos defectos, caleta, pero la ingenuidad no era uno de ellos. Tu generación aprendió a la mala que los poderosos no se dejan vencer así como así, con un puñado de sueños románticos. Pero no hubierai hecho nada para desincentivarme, porque sabríai que estoy haciendo lo correcto, jugándomela con convicción por una causa justa. Hubierai respetado eso.

Donde sí tengo claro que hubierai roto las camisas de puro inflar el pecho es con estas columnas que escribo. Nunca lo busqué, pero una cosa llevó a la otra y terminé escribiendo “en serio”, aunque no me pagan ni un peso. Yo te las enviaría con el mismo entusiasmo con que esperaba que llegarai en la noche para mostrarte las historietas que dibujaba. Y te veo clarito, leyendo las columnas en voz alta, llevándoselas impresas a tus amigos del bar de Pedro de Valdivia. Chocho.
Tal vez veríai ahí los partidos, porque ya no querríai ir al estadio. Te gustaban los partidos quitados de bulla, y no andar entre las multitudes, que te cargaban. Me doy cuenta de que sólo te sufriste las finales a estadio lleno para que yo presenciara las vueltas olímpicas y tuviera recuerdos que me acompañen para siempre. Por eso, ya sea en el estadio chico o en el estadio grande, me da mucha nostalgia cuando veo a viejitos canosos con hijos de mi edad. Esos pudimos ser nosotros. Qué injusto que no pasara. Nos merecíamos eso, ir ahora: yo te hubiera pagado la entrada y hubiera manejado yo. Yo pagaría la cuenta en los bares. Te preguntaría sobre tu larga historia de hincha, de la que me quedaron tantos vacíos.

Hay cosas que cuesta decir en voz alta, y créeme que tipear tampoco ayuda mucho. Viejo, te juro que yo devuelvo la Libertadores por volver a ir al estadio tomándote la mano.

 

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