El Gráfico Chile

Columna de Colo Colo: El chuncho y el león, parte 3

¿Qué es el Bulla? ¿Es el equipo, como algunos cantos sugieren?.

 

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Álvaro Campos Q
@_Alvaro_7
Columna del movimiento Colo Colo de Todos
FB de Colo Colo de Todos
@ColoColodeTodos

DESCENSO
El descenso, era que no, da cuerda a que los azules inflen el pecho de orgullo y hablen de aguantar en las malas. Una vez leí a uno que decía con orgullo que llevaron más gente incluso cuando estaban en Segunda. Tremenda hazaña: todos los equipos suben a estadio lleno, porque es la campaña dulce, la de gloria y triunfos con la ilusión de volver al fútbol grande. En otras palabras, el hincha del ’89 no estaba poniendo pasión en las malas, porque el ’89 ya no son las malas, son las buenas. El ’88 son las malas, y el promedio de público de La Chile ese año fue de 11.403 personas de local y 7.612 de visita. Para la eterna humillación de sus hinchas queda la jornada del empate a 2 con Cobresal, pero no porque se hayan ido a los potreros, sino porque no llenaron el estadio los que luego le darán duro a la muletilla de no abandonar. Ah, pero claro, el ’88 no cuenta porque Los de Abajo recortaron la historia, en una mentalidad que sólo responde por lo que pasó del ’89 en adelante. Muy conveniente. Así no tienen que dar explicaciones, por ejemplo, por un partido como el de La Chile-Rangers del ’77 al que asistieron 827 personas. Ochocientas veintisiete personas. Ocho. Dos. Siete.

LA NUEVA U
Hablemos, entonces del ’89, esa campaña de esfuerzo y aguante donde los azules se elevan como el Fénix. La Nueva U, claro. Porque La Chile nunca más volvió. Desde entonces al fútbol chileno le hace falta un club hermoso. A mí, personalmente, me da nostalgia y pena que La Chile no exista.

El fenómeno se podría datar del ’91 cuando asume el doctor René Orozco, ideólogo de La Nueva U, o se podría datar del nacimiento de Los de Abajo, pero yo creo que comienza precisamente en la campaña del ’89. De ella, me quedan las palabras de Patricio Reyes en una muy poco difundida entrevista que dio al Clinic hace 10 años. Le preguntan por qué no jugó en la campaña de Segunda División y dice que ese año fue turbio, hubo cosas que no le gustaron. Aunque no quería sonar resentido, cuando lo apuran y le ponen la palabra dopaje, su respuesta, que deja muy poco a la imaginación, dice que le es difícil hablarlo porque tiene amigos en ese plantel, pero que sabe que en la gente de la U quedó la impresión de que abandonó el buque, pero que él tenía sus reglas y no las iba a transar. Hubo un ambiente turbio, reitera, de jugársela con todo, porque había mucho dinero en juego. No le agradó, aclara, porque lo suyo fue jugar lo más transparente posible. Rematando a Luis Ibarra señala un solo aspecto: fue el técnico del equipo campeón y no volvió a trabajar. Hasta leer esa entrevista nunca me lo había preguntado, pero tiene todo el sentido del mundo, un entrenador que rescató a un equipo tan popular de los potreros debería, en primer lugar, haber seguido entrenándolo en Primera; en segundo lugar, haber trabajado como loco en los noventa, aunque fuera subiendo equipos o salvándolos del descenso; y en tercer lugar, ocupar un lugar privilegiado en el imaginario azul, cerquita del gran Fernando Riera, la calva flúor de Sampaoli y el Zorro Alamos (el que dijo que cuando Colo-Colo ganaba al otro día el tecito era más dulce y la marraqueta era más crujiente).

Droga en esos años corría por todos lados, la trajeron los argentinos en los setenta, solo cabe destacar que, de nuevo, si la idea fuera perjudicarlos desde el oficialismo, hubiera sido demasiado fácil. Lo clave de este momento es que aquí se marca un cambio irreversible. Deciden que con la caballerosa resignación no van a llegar a ningún lado y cruzan el umbral para no volver. Ganaron algo, sin duda, pero perdieron algo para siempre. Ahora se pintarían la cara y serían feroces, serían despiadados, saldrían a ganar como sea. La RAE señala lo que significa achunchar: avergonzar, turbar. Por otro lado, aleonar es incitar a la acción, especialmente al desorden o a la lucha. Los azules cambiaron sus armas y cruzaron su Rubicón espiritual.

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Aquí ya no solo hablamos de las drogas (Orozco ha sido explícito en señalar que varios de sus jugadores de los noventa consumían cocaína, implicando incluso al Huevo Valencia y a José Marcelo Salas), sino de una forma de ser, que de eso se tratan los clubes. La Nueva U trae un montón de elementos bien despreciables y trataré de nombrar algunos aunque se me escaparán otros que solo recordaré después de que estas palabras se hayan escapado de mi control y edición.

No tengo muy claro qué es el Bulla. Sí sé la etimología del término porque me la han explicado amigos, pero el concepto, tan usado (éste sí) en los cánticos de la barrabrava es muy simbólico de la nueva ética azul: es nebuloso, tira la pelota lejos, esconde todo argumento tras una nube de humo. ¿Qué es el Bulla? ¿Es el equipo, como algunos cantos sugieren? Porque el equipo no va caminando para Pedrero, va en bus, escuchando música. Según el momento y la conveniencia, el término denominará a uno u otro, porque quién necesita ser preciso y claro cuando los valores universitarios se quedaron en el barro de los potreros.

Los de Abajo es el Golem del doctor Orozco. Todas las barras tienen sus mitos de que se fundaron a sí mismas a puro corazón y rebeldía, pero a estas alturas del partido nosotros, los hinchas de a pie, los que pagamos por alentar, no podemos permitirnos el lujo de la ingenuidad. Eso, entre otras muchas cosas, es la complicidad pasiva de la que se ha hablado tanto este año. No miremos para el lado mientras están matando gente. Lo digo con responsabilidad y como colocolino que soy, las barras bravas, es cierto, son hermosas, pero no nos veamos la suerte entre gitanos: son una mafia, son tráfico de influencias, son grupos de choque de las campañas políticas lo mismo de izquierda que de derecha, son venta, reventa y falsificación de entradas, son extorsión, son miedo, son rayados en la micro y vidrios rotos en el metro, son agresiones cobardes a gente honesta que no hace nada más que vestir otro color, son robo, son asesinato, son aportes nada de voluntarios de los jugadores, algunos de los cuales pagan por aliento aunque nunca se haya destapado esa olla en Chile.

No solo se trata de la amistad de Pancho Malo con los líderes históricos de Los de Abajo a través de la Fundación Pinochet, y no solo se trata de que Alberto Espina les regale los bombos y a punta de telefonazos saque a sus matones de las cárceles, y no solo se trata de una escuelita que sirve de almacén para las drogas y armas que traficaban, se trata, en el meollo del asunto, del uso de lo más hermoso, la pasión, con calculada conveniencia. Por políticos, por dirigentes y por los que reciben plata por alentar.

Y por confundir, que esto es clave de la E noventera. Cómo difuminaron todos los conceptos, qué maraña armaron. Pocas postales hay tan bonitas dentro de un estadio de fútbol como las banderas en ristre, la serpentina, el papel picado, las cuncunas, la fiesta. Y más bonita es su música: canciones preciosas que hablan de amor y pasión, de fidelidad, de un sentimiento frágil que reconocemos en nuestros pares. Nos encantan las barras y así nos conquistan.

Pero luego, sin darnos cuenta, tenemos a gente respetable y honrada cantando sobre balazos y puñaladas, sobre romper hueás y justificando crímenes menores y cada vez mayores de una forma que no harían en ningún otro contexto. Por qué el racional no puede decidir que esto no es lo que quiere, que esto no es lo suyo: porque le vendieron la mula de que esto era la pasión, el sentimiento en su estado más puro y verdadero. Lo cual es falso. Entonces, el ingeniero que tiene tres hijas y va a alentar al equipo de toda su vida, al que ama de verdad, no se cuestiona estar celebrando romper baños y el alambrado.

En ningún equipo esta nebulosa está más revuelta como en la E. Los de Abajo son una gran hinchada, en los términos marciales en que ellas se juzgan, y no hay otro equipo en que la barrabrava represente tanto a la institución. Los colocolinos somos muchos, millones y millones, y nosotros no entendemos ser colocolinos como sinónimo de ser garreros, porque hay mucha más diversidad que eso, como tampoco uno ve en un hincha de la UC a un barrabrava, pero en el caso de la E ser de abajo y compartir la mentalidad barra es casi un prerrequisito. Obvio, a comienzos de los noventa de qué más se iban a enorgullecer, ¿de la copa del Ascenso?

A estas alturas La Nueva U le pelea la popularidad a Colo-Colo, todavía de lejos (siguen sin acercarse demasiado, muchachos), pero ya de una manera que establece que dejaron atrás su rivalidad con la UC para sentarse en el sitial reservado para el no-Colo-Colo. Como le fue Magallanes, en su tiempo hasta el Audax, por ahí la Unión, unos años Cobreloa y tal vez hasta la Católica. La Nueva U tiene como archirrival, como némesis a Colo-Colo, se pegaron el salto y se sientan de frente al Cacique, uno que no ha abandonado su lugar, su primer lugar, desde que nació.

Sospecho personalmente que esta metarmofósis acomplejada, este paso de chuncho a león tiene que ver precisamente con la relación física de ambos animales con un indio. Es decir, hay que ir a la imagen de un indio luchando contra un chuncho, y luego pasar a la imagen de un hombre contra un león. Son el anticolocolo. El fingido desinterés en el resultado deportivo tiene correlación con el avasallador éxito de la era Jozic y hasta una de sus canciones más emblemáticas, deja de lado la rima entre las líneas “campeón hay por montones/hinchada hay una sola” porque se da como respuesta al original “campeón hay uno solo/se llama Colo-Colo”, que sí rima. La Nueva U se entiende a sí misma en torno al Cacique que quiere derribar de su sitial.

Da lo mismo cuál era el camino. En este caso, se trataba del que había anunciado ampulosamente Ambrosio Rodríguez al decir que disputarían la popularidad de Colo-Colo “población por población, calle por calle, casa por casa”. Lo que los viejos valores no pudieron conquistar, allá donde el brazo de la Razón y el Saber de la Casa de Bello no se logró extender, comenzó a aparecer en la segunda mitad de los 80 pintado en postes de rojo y azul en calles estrechas a lo largo de todo Chile.

Lo que pasa es que la industria futbolística necesita un clásico central. Todo el negocio está construido de esa forma. Aunque los equipos denominados grandes, que reciben beneficios económicos para perpetuarse por sobre el resto, sean tres, cinco o más, siempre termina decantando su supremacía una rivalidad bilateral, Boca-River, Barca-Madrid, Peñarol-Nacional. De esta forma se obtiene un clásico que garantiza dos estadios llenos al año aunque ningún equipo esté peleando arriba, como un evento independiente (en México el derby tiene un nombre comercial patentado por una empresa), equivalente futbolístico al Supertazón.

Y la E llega a tomar ese lugar, a llenarle la otra mitad del estadio a Colo-Colo, porque resultó ser el equipo que más quería ser Colo-Colo con sus virtudes y defectos, con su naturaleza, y para eso necesitaba sus copas, pero también necesitaba su lumpen. Para llenarle la otra mitad del estadio en el escenario del Clásico, había que traer lumpen, extras que estuvieran dispuestos a pelear cada lienzo, a pintar cada muro, a rayar cada superficie plana. ¿Que era gente que no sabía el significado del himno? Qué importa, tráiganlos y traigan más. Da igual que sean violentos, total, el Tata Riera no está mirando. Da igual que no sepan quién es Riera ni Mariano Puyol ni el Chico Hoffens. Da igual que se pueda decir de ellos que solo eligieron a la U porque era el único equipo que podían escribir sin faltas de ortografía. Traigan más, todavía quedan unos claros que rellenar con los colores del chuncho. Digo, del león.

Martín Caparros dice que fueron los ochenta la época en que las hinchadas argentinas tomaron los insultos que los demás les decían (bosteros, gallinas) y se los reapropiaron, orgullosos de sus vergüenzas, reinventándolas. Lo mismo hace la comunidad negra en Estados Unidos con la palabra “nigger”, purgándole el odio a través de la reutilización.

A nosotros nos decían indios y, a mucha honra, somos los indios más locos, tú lo puedes ver. Los azules hicieron todo lo contrario, dejaron la palabra “chuncho” botada para que, dicha por sus rivales, suene despreciativa, miradora en menos, agresiva, insultante. Ellos se iban a buscar otra palabra, una identidad elegida ante el fracaso de la anterior. Hoy la hinchada que mantiene viva en sus cantos la palabra chuncho es precisamente la Garra Blanca. Hay muchos cánticos y la mayoría la utiliza como una ofensa en sí misma. Ejemplos sobran, pero ninguno tan decidor como la del minuto de silencio.

Por el chuncho. Que está muerto.

Bueno, tampoco eran los ochentas argentinos. Estos eran los noventas chilenos: los economistas nos invitaban a creernos jaguares, los arribistas usaban celulares de palo aparentando hablar por teléfono en sus autos, y se paseaban por los supermercados saludando vecinos con carros llenos que luego dejaban botados. En tiempos de triunfalismo aspiracional tonto y vacío, cuando los socialistas aparentaban ser neoliberales y la derecha aparentaba ser democrática, a quién le iba a llamar la atención que un equipo dejara atrás su tradición histórica para pasar gato por liebre. O chuncho por león.

 Revisa además: El chuncho y el león, parte 2

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