Las vitaminas son sustancias que nuestro cuerpo no puede producir, pero que son esenciales, así que tenemos que ingerirlas en los alimentos, como la vitamina C.
Se llaman micronutrientes porque en realidad necesitamos cantidades muy pequeñas de ellas: de miligramos o microgramos; comparadas con los macronutrientes como los carbohidratos o proteínas, que debemos consumir en mayores cantidades diariamente.
Viajes marítimos y vitamina C
Si quieren conocer la importancia de un nutriente en la alimentación, una de las formas más efectivas -y terribles- es observar qué pasa cuando no está presente.
Las exploraciones navales de los siglos XV-XVIII, y también de épocas anteriores, resultaron fatales para miles de marineros: no precisamente por los peligros de las tierras desconocidas a las que llegaban, sino por una simple avitaminosis.
Piel cuarteada con ulceraciones, encías sangrantes, con dientes que se aflojaban, cuerpo que desprendía un fétido olor: así era el escorbuto, que mató a más marineros que muchas batallas.
Durante mucho tiempo quienes hacían viajes largos por el océano se enfrentaban a la incertidumbre de no volver y sabían que eso podía ser el desenlace de esa terrible enfermedad, causada por la falta de vitamina C.
Una naranja al día mantiene al escorbuto en la lejanía
Mucho antes de que se conociera la naturaleza exacta de muchas vitaminas, existieron científicos y médicos que propusieron que los alimentos nos proporcionan ciertas sustancias indispensables para funcionar bien.
Tal fue el caso de James Lind, cirujano escocés del siglo XVIII, al que se le reconoce hacer el primer ensayo clínico controlado, en el que probó que los marineros podían recuperarse del escorbuto si incluían en su alimentación limones y naranjas.
Aunque Lind intuía que la enfermedad venía de una deficiencia nutricional, no sabía que lo que prevenía y curaba el escorbuto era la vitamina C, o ácido ascórbico, llamada así porque quiere decir “sin escorbuto”.
Ahora sabemos que el ácido ascórbico interviene en la producción de colágeno, proteína que compone muchos de nuestros tejidos, como cartílagos, piel, huesos, tendones, por eso su deficiencia tiene los efectos vistos en el escorbuto.
Más allá de los limones
Así como lo sabía empíricamente James Lind hace tres siglos, ahora nos queda bien claro que las naranjas y limones contienen vitamina C: en ambos casos tienen cantidades equivalentes, 100 gramos de cada una de esas frutas contienen unos 50 miligramos.
Tanto los limones como las naranjas son plantas del género Citrus, al igual que su prima la mandarina, sin embargo esta última contiene más o menos la mitad de vitamina C por cada 100 g: apenas 27 miligramos.
Pero no solo las frutas cítricas contienen esta importante vitamina, también otras frutas de géneros totalmente diferentes, como la piña: 100 gramos contienen aproximadamente 50 miligramos de vitamina C.
Como en general no vamos por la vida con una balanza, sino que comemos por “porciones”, para ingerir la cantidad diaria recomendada de vitamina C para adultos (75-90 mg), deberíamos comer ya sea: tres mandarinas medianas, o una naranja grande, o dos rebanadas de piña.
Con eso estaremos bastante saludables y evitaremos padecer horrores similares a los que pasaron los marineros y exploradores del siglo XV.