“Partimos hace exactamente un año construyendo. Un año en el que estuvimos callados acá abajo, encerrados. Todo el mundo venía a preguntar qué pasaba y nosotros, piola. Nadie podía entrar, nadie se podía enterar”, dice Max Raide orgulloso, abriendo las puertas de su teatro, el Teatro C.
La idea es familiar, y empezó hace un poco más de un año junto a sus hermanos Domingo y Juan Pablo, además de su padre, “el Coke”, responsable de la letra que le da nombre a este espacio, que busca ser un punto de encuentro entre familia, amigos, personas con capacidades diversas y con intereses variados.
Entrar al Teatro C, ubicado en el subterráneo del Caracol Lo Castillo, es una experiencia digna de La Habana, la principal inspiración del equipo de diseño y arquitectura. “Quisimos hacer un concepto muy mundial; pensamos en La Fábrica de Arte Cubano, un lugar rescatado, tal como éste, en el que compras un ticket y tienes un mundo interior: un barcito, gente pintando, músicos, debates. Parece una película. El Teatro C tiene esta lógica, queremos abrirlo a todas las generaciones y a todas las artes”.
Conocido para muchos vecinos, el tradicional Teatro Cine Lo Castillo, pionero del cine arte durante los ochentas, llevaba años abandonado a pesar de la constante insistencia que vivió el dueño del terreno, un empresario entrado en edad, que se rehusó a entregar las llaves a cualquiera. Hasta que llegó la familia Raide.
“Se empezó a correr la voz entre quienes frecuentamos el barrio. ¿Qué pasó con el teatro? En el 2016 llegamos al dueño, nos enteramos que el lugar llevaba 20 años cerrado y que él le había dicho que no a todo el mundo porque, a pesar de recibir ofertas grandes, todo parecía ser un tema comercial”, explica Max, mientras nos explica el funcionamiento de las boleterías: dos a altura normal y otra más baja, para gente en silla de ruedas.
“Él partió con su hermano y cuando llegamos, sintió el espíritu familiar detrás del concepto. Le explicamos la idea, le encantó. Firmamos el día del funeral del papá. Almorzamos y partimos; él y sus abogados nos preguntan por qué andamos tan formales y le contamos. ‘Si estos hueones llegan el día que murió su papá, nunca nos van a dejar botados’, dijo, y así firmamos a 20 años”.
Cultura para todos los gustos
Si el lunes y el martes el teatro ofrece espectáculos como obras y humor, el miércoles y jueves podrás encontrarte con lanzamientos de marcas y amigos; el viernes es el turno de la música, el sábado se potencia la cartelera internacional y el domingo es familiar.
Con una capacidad de 500 personas y con 300 estacionamientos exteriores a disposición de sus asistentes, este levantamiento de patrimonio busca ser el punto de distintos focos de cultura, eventos y debate. La idea es levantar galerías de arte, conversaciones sobre sustentabilidad, desayunos de empresas, almuerzos de emprendedores, y por supuesto, ser un espacio para disfrutar de obras y películas.
En el piso previo al subterráneo, una tienda de autor abrirá sus puertas próximamente, todo con el fin de fomentar el diseño y el arte local. Que ir al teatro sea una experiencia, que tenga partes de recorrido, y que sea para todos, por eso, el acceso está totalmente equipado para quienes quieran asistir aunque posean movilidad reducida.
“Todo está pensado y bien preparado, nada fue a la rápida. Hicimos ascensores para llegar acá, y acceder al segundo piso. Tenemos el mejor equipo de sonido de América Latina, y ya estamos planeando la cartelera para este segundo semestre. A un año de la muerte de mi papá este es el mejor homenaje: un regalo para la comuna y para la ciudad, un espacio para bajar y decir ‘es como estar en otro país’”.
Art decó subterráneo
En cuanto las puertas del Teatro C se abren, los detalles invaden la vista. Su imponente salón principal es iluminado por cientos de focos minúsculos posicionados en el techo, y una gran barra se despliega por todo el costado.
A metros del escenario, un baño digno de dejarte sin aliento. Una sala por sí sola, con piso cerámica en patrones monocromáticos, lavaderos con grifos de mano, cabinas para hombres, mujeres, discapacitados y personas de género fluido.
“La gente no le da mucha importancia al baño, pero es un lugar de encuentro constante. Quisimos crear una experiencia de diseño, por eso todo está hecho a mano por artistas locales, además de ser inclusivo. No se trata sólo de poner un cubículo con fierro para las personas en silla de ruedas, tenemos un lavamanos y un espejo a la altura”, explica Raide.
El techo, el piso, las chapas, las barandas, todo es para fotografiar. Una pequeña escalera alfombrada nos lleva al segundo piso, el nivel donde se vive la verdadera experiencia del teatro social.
“Los palcos, el concepto que más nos apasiona. Quisimos mantener una identidad de antigüedad. Tenemos ocho palcos con sillones que permiten que estés sentado, conversando, tomando un vino, y si deseas disfrutar del espectáculo, te acercas a la baranda para ver desde la altura”.
“Es entretenido, porque puedes ver lo que pasa abajo o estar sentado, poniéndote al día con los cercanos. Lo divertido es vivir ambas experiencias”, comenta el empresario, invitándonos a un pasadizo que sorprende con un bar escondido, pero no privado.
“La gente cree que son oficinas o temas de administración, pero abres y te encuentras con este bar, mejor acondicionado que el de abajo, donde está disponible la gastronomía del Europeo y de Naoki”, comida fría y de nivel, sin hacer separaciones: “no es un vip, es ‘la parte de atrás’ de lo que pasa en el teatro”.
Terciopelo, paneles de vidrio y hasta una caja fuerte que habita el lugar desde su mítica construcción, es lo que termina de decorar el Teatro C, el nuevo y aplaudido vecino de Vitacura.