“El día que no provoques quédate en casa. Nunca he sido anónimo”, publicó el día martes Miguel Bosé, en su últimamente muy activa cuenta de Twitter.
Nadie podría acusar al español de falta de sinceridad en sus palabras. Desde sus inicios, enfundado en un traje de lycra y desafiando los cánones de la masculinidad, el cantante se instaló en Iberoamérica como un provocador innato, dispuesto a presionar límites de modo permanente, siempre con el conservadurismo como foco principal.
El problema es que en su aspiración actual, el cantante no parece dar en el blanco deseado. Porque no hay que ser muy lúcido para percibir que su frase apunta a la polvareda que ha levantado con sus bulladas invocaciones a Michelle Bachelet, y en las que antes que provocador, ha terminado mostrándose obsesivo, errático, antojadizo, impreciso, simplista incluso.
Su preocupación por Venezuela no está en duda. Antes de conminar grosera y torpemente a que la ex Presidenta se hiciera presente en el país, durante un concierto en febrero, el artista ya había emitido declaraciones criticando el régimen de Nicolás Maduro. Sus nacionalidades colombiana y panameña también lo acercan a la región, por lo que no es incomprensible que pueda sentir de cerca los problemas de la misma.
Lo que sí es incomprensible es que un tipo instruido, como él siempre ha sido, ponga a la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos en el lugar de una salvadora, que tiene el poder de terminar con la crisis venezolana de una vez, pero que elige no hacerlo por simple desidia.
O que canalice su encono no en la figura de Maduro, sino en la de una funcionaria con atribuciones limitadas, que tiene como contraparte a un régimen de control absoluto dentro de sus fronteras.
La respuesta de los tuiteros chilenos ha sido airada y virulenta. Tanto, que hoy esta plaza parece temporalmente suprimida en el mapa de Bosé, quien tal vez asume ese sacrificio como parte de un bien superior.
¿El de la democracia en Venezuela? Puede ser, aunque tampoco es descabellado pensar en un velo que recubra sus líos tributarios, conyugales, el juicio contra su madre por la supuesta apropiación indebida de un cuadro de Picasso, y sobre todo la escualidez de su voz, hoy apenas un espectro ante el caudal que antaño lo caracterizara.
El saldo, aunque lo haya pretendido, no puede ser positivo para el artista, quien lleva semanas removiendo las redes con su majadero #BacheletDóndeEstás. Sin embargo, contrastado con un historial artísticamente propositivo e intelectualmente agudo, el llamado termina tomando la trayectoria de un boomerang, haciendo que en muchos emerja la pregunta en un sentido exactamente contrario: “Miguel, ¿dónde estás?”.
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