Es de noche el miércoles 21 de marzo en el Estadio Nacional. 47 mil fans llenan las gradas y la cancha de la estructura deportiva más grande del país. Es el primer día del otoño, y toca Depeche Mode, dos excusas perfectas para vestirse de negro.
El público es mayoritariamente adulto, de esos que carreteaban escuchando el «Violator» y el «Songs of faith and devotion» en cassette junto a sus amigos después del colegio. Gente «alternativa», una etiqueta poco clara y abstracta, que busca precisamente eso: no sujetarse a nada.
Pararse a escuchar Depeche Mode hoy en día es entregarse en cuerpo y alma a la nostalgia. La banda británica lleva 38 años de carrera y es considerada como una de las más influyentes de las últimas décadas con discos que han vendido millones de ejemplares alrededor del mundo. Y aunque una buena parte de su público supera los 30 años de edad, el grupo ha logrado sortear los embates generacionales y ha cautivado a las nuevas generaciones con sus ritmos industriales.
En su tercera visita a Chile, el conjunto de Martin Gore, Dave Gahan y Andrew Fletcher sacudió el Estadio Nacional a punta de un show de exactas dos horas concentrándose en los éxitos más notorios de su amplio catálogo de baladas oscuras y espirituales.
En formato de quinteto, los músicos ingleses abrieron su presentación con un sample de la clásica «Revolution» de The Beatles, para luego entrar de lleno a «Going Backwards», uno de los sencillos desprendidos de «Spirit», su más reciente álbum y motivador de la gira «Global spirit tour» que los ha tenido casi uno año viajando alrededor del mundo.
«It’s No Good», «Barrel of a Gun», «A Pain That I’m Used To» y «Useless» siguieron la lista de canciones con las que Gahan bailaba y se paseaba con finos movimientos sobre un escenario que, a ratos, parecía quedarle chico. Detalles menores con el micrófono -que finalmente abandonó- no le impidieron demostrar su alta calidad vocal, una que cultiva desde la formación del grupo en 1980.
Con la llegada de «Insight», el showman se relega a los camarines mientras el protagonismo pasa a manos de Martin Gore, el pilar silencioso del grupo quien canta una versión del tema acompañado solamente por su piano. Gore es conocido además por ser el principal compositor de la banda, un cuasi director de orquesta a quien se le deben los himnos más emblemáticos de su historia, como «Home», otro de los temas en los que se luce mientras Gahan descansa.
Con «In your room» y «Where’s the revolution» el vocalista regresa a cautivar al público hipnotizado por los acordes electrónicos y las secuencias de batería que Christian Eigner reproduce con pulcritud.
Y en ese sentido, hay que destacar dos cosas: el sonido de Depeche Mode particularmente extraordinario. No por nada la crítica del sitio estadounidense Consequence of sound señaló que la banda «sigue siendo tan relevantes y rebeldes como siempre». Sin embargo, su show en nuestro país carece del impacto que una fecha como la celebrada ameritaba.
No se trata de que el concierto como tal sea malo. Depeche Mode es una de las pocas bandas que a sus casi 40 años de existencia suena incluso mejor que antes. Pero toda la repercusión mediática que levantaron por su recorrido mundial dio a pensar que su presentación sería más notable. Estamos hablando de una gira que el año pasado vendió 1,27 millones de entradas en sus primeros nueve meses superando a otros artistas juveniles como Justin Bieber, Bruno Mars o Ed Sheeran.
Está claro que «Enjoy the silence», «Strangelove» y «Personal Jesus» son temas que se corean y disfrutan sin importar la situación, pero qué lamentable es no poder acompañar esos momentos de un espectáculo de luces como lo ameritan dichas obras maestras de la música popular noventera. En ese sentido, el concierto de DM se queda corto con el de sus colegas de Nine Inch Nails, cuyo paso por el Movistar Arena en 2008 dejó alucinados a los fans y a la crítica.
Otro punto en contra fue que a lo largo de su presentación la banda acompañó algunas de sus canciones emblemáticas con videoclips, cortando así la capacidad del público más alejado de ver lo que ocurría en el escenario. Un recurso artístico arriesgado si se considera que buena parte del público se encontraba a distancia.
Desde esa mirada, el tercer show de Depeche Mode en Chile se tradujo en más ruido -un ruido del bueno sí- que en toda la espectacularidad prometida. Para lo que podría haber sido, su paso por Santiago deja con gusto a poco.
por Fabián Escudero