Nunca olvidaré ese viajé a Puerto Montt. Llovía mucho. El bus estaba lleno, pero el asiento del lado, vacío. Apenas partió el bus me quedé dormido. En San Fernando se subió un hombre de unos 45 años, vestido con una casaca de verano, completamente empapada. El sujeto me despertó, y amablemente me pidió que me corriera, que ese era su asiento. Se acomodó, y se sacó la chaqueta mojada. Olía a alcohol. Me miró y me dijo: “Usted es de la televisión, gusto en conocerlo”. Olía a orina. Me contó que estaba casado, que tenía cuatro hijos y que era albañil, pero que su verdadero trabajo era el de humorista, que su nombre artístico era “Pan con caca” y que ahora había pedido permiso en su trabajo para asistir a un evento en Osorno, donde le habían pagado sólo los pasajes. “Deberían pagarme más, lo sé, pero también sé que aún no soy conocido, y que ésta es una oportunidad para darme a conocer en el sur”. Me hice el dormido, pero él siguió hablando: “Yo soy bueno en lo que hago señor, tengo gracia, donde me presentó la gente se ríe, mi meta es llegar al Festival de Viña, yo sé que usted es un periodista conocido, me podría ayudar”. Seguí fingiendo que dormía. “Pan con caca”, con ese nombre es difícil que lo contraten en alguna parte, pensé. Al cabo de un rato, cuando me estaba empezando a quedar dormido de verdad, me tocó el hombro y me dijo: “Usted es bueno para dormir, ah, yo no, es que yo estoy impresionado con la noticia que salió en el diario”. ¿Qué pasó?, pregunté. “Pillaron infraganti a un hombre intentando violar a la modelo Valeria Mazza”. ¿En serio?, le dije, “sí”, me respondió. “Al violador lo pillaron con las manos en la MAZZA, no se ría, si es verdad, yo antes trabajaba en un aserradero, me iba muy bien, ganaba como TRES PALOS, no se ría si es verdad, yo trabajaba en una farmacia, pero se incendió, quedó AHUMADA, no se ría si es…”, yo estaba a punto de llamar al auxiliar y pedirle que me cambiara de asiento, cuando el bus frenó bruscamente y todos los pasajeros salimos disparados. El bus, que iba a más de 130 por hora no alcanzó a esquivar a un camión que se salió de sus pista, y chocó de frente. Por unos minutos todo quedó en silencio, yo creo que perdí el conocimiento, cuando desperté se escuchaban ruidos de alarmas, sirenas, llantos y gritos desesperados. Con dificultad me puse de pie, no sentía dolor, pero sentía la cabeza caliente y mi camisa estaba empapada de sangre. Nunca más viajo en bus, me dije. El panorama era espantoso, había cuerpos por todos lados, reventados, envueltos en sangre, nunca había visto algo tan horrible. En medio de los fierros, latas y quejidos de las personas que aún seguían con vida, logré salir. En el pavimento estaba tendido el cuerpo del albañil, su cabeza, metros más allá. Con la fuerza del golpe, su cuerpo había roto el vidrio de la ventana, y los parabrisas habían actuado como cuchillos. Pobre hombre, horrible muerte, y yo no fui capaz de escuchar sus últimas palabras. No aguanté y me puse a llorar. En ese momento la cabeza del albañil rodó hacia mí, me miró compasivamente y me dijó: “Señor, acuérdame de que me tengo que bajar en Osorno, porque ando distraído, y tengo la cabeza en cualquier parte”.