Cuidando cada uno de los detalles posibles, el levantamiento de este lugar viene a cumplir muchas tareas: ser el espacio útil para aquellos profesionales y obreros de la música y el sonido, reivindicar el legado familiar mediante las propiedades y ser un aporte patrimonial y cultural a un barrio que, a pesar de ser pionero en estos ámbitos, muchas veces queda a la deriva por el abandono de sus tesoros históricos.
Una de las principales gracias del Museo del Sonido, además de su excelente curatoría, es dónde están sus cimientos. “Esta casa es de la familia Préndez y su construcción data de 1922. El papá, la mamá y tres hijos habitaron esta esquina hasta que tomaron la decisión de abandonar el centro, como lo empezó a hacer toda la gente del barrio”, nos cuenta Sofía Forttes Vial, directora ejecutiva del museo.
“Después de 80 años, el nieto de esta familia, hijo de una de las hermanas menores que vivió acá en los años veinte, decidió comprar la casa porque quería darle un valor”. Así parte el relato de esta anécdota que salvó la propiedad de la Universidad Bolivariana, institución educacional que tuvo a la casa Préndez en el abandono, con conexiones en mal estado, baños exteriores instalados donde no correspondía y un evidente deterioro de su fachada.
Corre 2012 cuando el legado Préndez es retornado a la familia, y es en este punto en el que aparece Arturo Gana, amigo de la familia y dueño de una colección de 150 gramófonos puestos a total disposición del filántropo y nieto, quien decide adquirir la casona con un sólo fin: que exista y que valga, pero no en réditos tangibles para él, sino que para su historia, y, ¿qué mejor que hacerlo mediante la cultura?
Con orientación de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, el comprador llega con las llaves de la casa, la colección y el dinero. “Este señor es un nieto con suerte, un empresario de las telecomunicaciones que tuvo los medios para levantar este proyecto. Ahí llega Elena Cruz, una diseñadora que crea este equipo multidisciplinario, hizo una licitación, se contactó a los museógrafos y partió el trabajo”, agrega Sofía.
En paralelo, comenzó la curatoría del museo y la restauración de la casa bajo el trabajo de Carolina Vergara como arquitecta principal. “Acá se quiso tratar de restaurar manteniéndose fiel a lo original, lo más parecido a la casa como se cree que fue, acorde a fotos, mapas y planos”.
Mientras, los encargados de curar la exhibición, Juan Pablo González junto a Marisol García, afinaron por dónde iban a ir los 150 gramófonos, de los cuales se restauraron 20, sumado a otros siete objetos de colección. Con ese material en mano, la misión fue decidir qué iba a ser realmente el espacio. ¿Museo de la música o del gramófono?
El resultado es lo que existe hoy, con apenas un mes de vida. Los gramófonos son el recorrido de la historia del registro de la reproducción musical, la identidad del soporte que nos ha permitido reproducir música a destajo y este lugar nos viene a explicar cómo ha mutado esta actividad con el paso del tiempo, la influencia de la tecnología y la rapidez de los días que vivimos.
Un viaje por la historia
Entrar al Museo del Sonido es una experiencia didáctica y solemne porque nos ofrece un pedazo de historia sobre un ítem que damos por sentado, sobre todo los más jóvenes, que pasean entre Youtube y Spotify sin hacer el ejercicio análogo de la reproducción. Con una pared colorida de fondo y un armado de metal lleno de instrumentos, ondas y figuras musicales, el pasillo inmaculado de pino y roble desencadena en una pantalla de fondo negro y videos en loop sobre cómo se conformó esta idea y cuál fue el equipo responsable.
Con el ritual del silencio, puedes ingresar a un pasillo escueto pero contundente donde son exhibidas las piezas rescatadas, cada una con su explicación y contextualización, acompañadas de audioguías e imágenes ilustrativas. Sin duda el punto alto está en la línea del tiempo que va desde el gramófono hasta Spotify, pasando por el discman, el walkman y el ipod, para concluir con una frase de David Byrne: “la tecnología ha inundado de música el mundo. Ahora el silencio es la rareza por la que pagamos”.
Al terminar el recorrido, puedes ser parte de la interacción. Existen cuatro tabletas, cada una con su cómodo asiento, para que recorras la historia de los soportes en una línea de tiempo explicativa para todos, desde los más pequeños a los más adultos. Mientras los menores corren a lo más reciente donde identifican a los artistas de moda, la tercera edad se conmueve hasta las lágrimas con las canciones de su juventud, cuenta la directora.
Lo mismo pasa con los talleres, que todos los fines de semana se imparten en la mañana. Tópicos variopintos para todo público. De crear un instrumento peculiar a grabar una canción, llegando a cátedras más específicas como mapas sonoros, o vestuario y sonido. Los planes son grandes y puedes seguir la pista de las actividades mediante sus redes sociales, puesto que han preferido ir tomando el pulso del barrio, de los vecinos y de los músicos antes de presentar una parrilla de forma vertical.
En este siglo, el museo es intercambio, trueque, y a eso aspira este espacio de Huérfanos. “Restaurar una casa de 1920 para hacer un museo me parece superior, mucha gente lo hubiese ocupado como restaurante u hotel boutique, pero acá está la importancia de la familia. El señor que pone la plata sabe que su mamá vivió acá, hay videos donde puedes ver a su tía visitando el museo, la misma que sale con su melliza en una foto de la entrada. Eso me llena profundamente porque es un regalo al barrio”, explica la encargada de lugar, mientras se desenvuelve en anécdotas que ha vivido con tan sólo dos semanas de apertura.
“El barrio es increíble, han venido todos los vecinos. Vienen, se sientan, recorren una y otra vez. Esperamos que se adueñen del espacio, que les pertenezca”, dice y agrega que como en cualquier barrio, hay problemas, pero la llegada del Museo del Sonido ha ayudado a enfrentarlos.
“El otro día hicimos un concierto al aire libre que terminó de noche, y la cantidad de gente que había afuera y la vida que explotó”. Así es como los mismos vecinos han aprovechado el patrimonio para reapoderarse de sus calles, de sus pasajes, históricos decorados de construcciones que muchas veces quedan a la deriva del Estado y los privados.
Un grafiti en casi un año es la prueba latente del cariño que grandes y chicos han mostrado por la restauración hecha por la familia Prendéz, que a su vez espera ser ese recinto que productores, locutores y músicos necesitan para el intercambio cultural.
“El museo ya no es estático, es un mini centro cultural. Hay muchos talleres para el público general, pero también nos queremos hacer cargo del nicho. El barrio Yungay está lleno de músicos y es bonito ver cómo los menores conectan con la gente cool y los cools con los abuelos, todo esto con una fachada hermosa de fondo”.
“Fueron seis años de trabajo, de reconstruir historia. La casa, las fotos familiares, los gramófonos. Estamos felices por el recibimiento y por el aporte que significa esto. Mientras el filántropo perpetuó el legado de su familia, nosotros recibimos un regalo, porque eso es para mí este museo, un regalo para la cultura y para la comunidad”, concluye Sofía.
MUSEO DEL SONIDO
Huérfanos 2919
Barrio Yungay / Metro Quinta Normal
Abierto martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas
Entrada general: $1.500 / Estudiantes, grupos y
tercera edad: $1.000 por persona
Niños menores de 5 años: gratis
Facilidades especiales para colegios y organizaciones
de escasos recursos
Entrada liberada martes a domingo, de 14:00 a 18:00 horas.