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Teatro Regional del Biobío: Porque Santiago no es Chile

Desde el momento que se anunció que el Premio Nacional de Arquitectura, Smilan Radic, estaría detrás de este proyecto, el mundo de la arquitectura y el arte esperaba con ansias el momento de ver construida, finalmente, la propuesta ganadora.

 

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Por: Alexandra Gallegos A.

El 2011, el desafío que aceptaron las 28 oficinas de arquitectos chilenas e internacionales que participaron de la convocatoria pública para construir el Teatro Regional del Bíobío (TRBB), no fue menor. Los proyectos debían considerar una estructura de aproximadamente 9.000 metros cuadrados para las representaciones culturales de alcance regional, pero que fuese al mismo tiempo capaz de resistir las condiciones climáticas y geográficas propias de Concepción. Finalmente se inauguró en marzo pasado gracias al financiamiento del Ministerio de Obras Públicas, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Serviu y el Gobierno Regional del BíoBío.

El proyecto cuenta con una sala de teatro para 1.200 personas, otra de cámara para 250, además de salas de ensayo, oficinas, cafeterías y tiendas. Son 10 mil metros cuadrados de una altura similar a la de un edificio de seis pisos, y una extensión equivalente al frontis del Palacio de La Moneda.

El sello Radic

Tuvieron que pasar 5 años y 5 meses para ver construida la propuesta inspirada en las ideas de Tadeusz Kantor: “Mis embalajes eran un intento de ‘barruntar’ la naturaleza del objeto. Escondiéndolo, envolviéndolo”. Esta frase de Kantor es de 1962, y fiel a este concepto, el proyecto diseñado por Smiljan Radic, Eduardo Castillo y Gabriela Medrano se convirtió en algo así como un esqueleto de un teatro embalado, un espacio para las artes escénicas que convierte lo que ocurre tras bambalinas en experiencias sensoriales y estéticas.

Se puede recorrer visualmente el interior desde el mismo hall, el que se ilumina en su centro de doble altura gracias a la obra “Es Telar”, del artista visual chileno Iván Navarro. También en ese lugar está el legado artístico de Eduardo Castillo, con una serie de piezas de madera situadas en medio de los pilares. Suspendido en el cielo, un volumen revestido en fibra de coco esconde en su interior la Sala de Cámara, y una escalera central doble conduce al espectador al segundo piso, desde donde se accede a la Sala Principal.

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Situado en el borde oriental del río Biobío, justo entre los puentes Llacolén y Chacabuco, el edificio en sí está levemente girado respecto al recorrido del río, a una distancia suficiente que permite la contemplación del memorial 27F, generando a su vez una nueva instancia urbana que los arquitectos denominaron “Arena”.

Un espectáculo en sí mismo es observar el teatro encendido desde el exterior. Sus luces son la señal de que en su interior está a punto de ocurrir algo, y por esto se ha convertido en uno de los elementos más seductores del proyecto. Este efecto se consiguió gracias al uso de PTFE (polytetrafluorethylene) en la membrana perimetral, que además de un uso térmico permite este juego y experiencia que querían transmitir los arquitectos; de día se ve la imagen de un volumen translúcido, mientras que de noche proyecta la imagen de una lámpara Akira 3X, diseño original del japonés Isamu Noguchi. El nombre de la lámpara significa “luz y ligereza”.

Se invirtieron más de 19 mil millones de pesos, y para su funcionamiento se consideran anualmente cerca de $900 millones, de los cuales más del 70% se destinarán a través de la Ley de Presupuesto.

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