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Sergio Del Molino: “En la sociedad occidental, todo lo que tiene que ver con la muerte es profundamente molesto”

El escritor francés y Premio Nobel de Literatura Albert Camus afirmaba que "solo hay un problema filosófico verdaderamente serio: el problema del suicidio".

Sergio Del Molino (Madrid, 1979), en cambio, se queja de que cuando trabajaba de reportero para un diario de su Zaragoza natal no podía publicar noticias de suicidios. Porque, le decían sus editores, alentaban a los emuladores. O, tal vez, porque a nadie le importaba.

Una vez cruzado el umbral del pudor —"ese umbral", explica él, "que todo escritor tiene que cruzar para entrar en la literatura"—, Del Molino construyó su última novela, "La mirada de los peces", alrededor del suicidio en julio de 2016 de su profesor de filosofía del instituto y activista Antonio Aramayona.

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Este libro llega después del éxito de "La España vacía" (2016), un brillante ensayo sobre el "Gran Trauma" de la despoblación del interior de la Península ibérica, y de "La hora violeta" (2013), un relato de no ficción sobre la muerte del hijo del escritor a causa de la leucemia.

Pero este —él se esmera en subrayarlo— no es un libro sobre el suicidio. O no es solo esto. Es una manera de reconstruir su pasado como adolecente en la España de los principios de los 90. De contar lo que representó para él haber vivido en un barrio periférico de una ciudad (casi) periférica. Y de las consecuencias del pasado sobre la vida y el presente de todos nosotros.

Este es un fragmento de la entrevista que le dio a BBC Mundo.


Me gustaría empezar esta entrevista al revés, desde el final de tu libro, cuando, después de 180 páginas, explicas el sentido de su título: "La mirada de los peces".

Se trata de una imagen que condensa muchos significados y preocupaciones de este libro. Uno de ellos es el del legado, el que recibimos de nuestros padres y maestros, y cómo lo transmitimos nosotros después, que es una de las preocupaciones de mi literatura desde "La hora violeta", y que también está en "La España vacía".

Ese legado es lo que recibimos y que no podemos ignorar. Aunque sea para tirarlo a la basura, tenemos que hacerlo nosotros. Es algo muy importante nuestra identidad. Esos peces, esa mirada de los peces, es el legado que recibimos, muchas veces de forma absolutamente inconsciente, que nos puede provocar dolor, nos puede marcar muy dolorosamente, muy negativamente.

Por eso da título al libro, porque tiene que ver con esa relación con los maestros, que son una especie de padres vicarios en muchos aspectos.

A propósito de maestros. Del tuyo, Antonio Aramayona, el protagonista principal del libro, afirmas que llegó a tu escuela para hacer de ustedes "unos terroristas". ¿A qué te refieres?

Sus acciones buscaban provocar constantemente a la autoridad, de la misma forma que el avión terrorista.

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Él buscaba que hiciéramos como hacía él, es decir, forzar constantemente el dilema a través de unas acciones públicas en las cuales la autoridad casi siempre se ve obligada o a inhibirse o a castigar o a reprimirte. Pero al reprimirte muestra su naturaleza violenta.

Esa es la analogía con el terrorismo.

Su estrategia pedagógica me parece explosiva: "Soy Hitler y voy a destruir seis millones de judíos, denme una razón para no hacerlo". Así les retaba. A distancia de tantos años, ¿pensaste en la respuesta?

No la he encontrado. Creo que la clave era no encontrarla, era acostumbrarse a que hay dilemas que no tienen una respuesta fácil, que no todo es sí o no. Que a veces no es tan fácil situarse en el lado de los buenos. Y cuando sí lo es, implica una toma de conciencia que conlleva un coste enorme. Si hablamos de Hitler, a lo mejor solo cabe el enfrentamiento, y tienes que tener claro que eso te va a costar y tendrás que pelear.

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Al final las grandes decisiones y las grandes cuestiones nunca tienen claro un sí o un no, y requieren una postura valiente por nuestra parte.

Y después tienes que enfrentarte con su suicidio, que es el otro tema fundamental de este libro.

En realidad no sé si ha sido enfrentarme al tema del suicidio o el tema del suicidio ha venido a llamar a mi puerta. Porque mi literatura es una literatura de urgencia, que bebe de las cosas que me pasan, y yo me he encontrado con un suicida, y me he visto obligado a responder a preguntas que quizás si no me hubiera encontrado con ese suicida en mi vida no habría abordado en mi literatura.

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Yo creo que paradójicamente el suicidio de Antonio Aramayona me parece perfectamente comprensible. No hay nada misterioso ni nada incomprensible en cómo lo plantea: es limpio, incontestable y en el fondo ni siquiera es relevante para el libro, es un punto de partida.

¿Crees que el suicidio sigue siendo un tabú en la sociedad occidental?

No, no creo que sea un tabú. Si fuera un tabú no hablaríamos abiertamente sobre ello y no estaría en los medios de comunicación como suele estar. Pero sí es un tema todavía difícil y a la sociedad le cuesta abordarlo y enfrentarlo abiertamente. Digamos que es un tema molesto.

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¿Por qué?

Porque todo lo que tiene que ver con la muerte en la sociedad occidental es profundamente molesto. Porque desde que somos una sociedad industrial hemos ido apartando poco a poco los rituales entorno a la muerte, los rituales de despedida y todas las liturgias que hay entorno a la muerte, incluso hemos industrializado la forma de morir. Morimos en hospitales, dejamos a los muertos en instalaciones a las afueras de las ciudades, es difícil que los nietos vean morir a los abuelos.

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Esto nos ha desconectado de la forma natural de enfrentarnos a la muerte y ya no sabemos qué hacer con ella. Y eso se ha trasladado también al discurso cultural. La muerte, que ha sido un tema literario fundamental desde siempre en los últimos 100 años progresivamente ha ido quedando arrasada y ha pasado de ser un tema perfectamente normal a un tema cada vez más difícil y cada vez más extraño.

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¿Puede ser que haya cambiado el concepto de muerte porque ha cambiado el concepto de vida?

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Sí, tiene que ver con cómo nos relacionamos, tiene que ver con cómo concebimos la vida en una sociedad industrial y cada vez más individualizada, cada vez menos colectiva; el sentido de la comunidad cada vez tiene menos sentido y la relación con la muerte tiene que ver con cómo nos relacionamos entre nosotros, y una sociedad que cada vez se relaciona menos entre si y cada vez es más individualista es más difícil que entienda el concepto de la muerte.

En el libro afirmas que la comunicación humana no existe hasta que el otro se ríe, y tú empleas mucho la ironía y el humorismo para abarcar estos temas.

Para mí la literatura tiene una dimensión comunicativa fundamental, si no comunica no funciona, y yo no entiendo la comunicación humana sin humor e ironía. Creo que lo solemne siempre es ridículo, es una especie de antídoto: yo estoy contando cosas demasiado serias, para mi desgracia, creo que abordo temas que son excesivamente solemnes, y si no los cuento con ironía y con distancia, lo que hago es caer en la caricatura, a ser un tema completamente ridículo, en un tono ridículo, que lo que haría sería desacreditar y parecer que no me estoy tomando en serio lo que estoy contando. Es una paradoja: para ser tomado en serio tienes que tomártelo con distancia.

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Desde el búho de la portada hasta el titular, pasando por frases como "la miopía es un punto de vista literario", otro elemento que usas mucho son las metáforas visuales. ¿Por qué?

Porque para mí la literatura es una forma de mirar, tremendamente condicionada por cómo mira el escritor. Y creo lo decisivo de cualquier aproximación literaria es la limpieza y la honestidad de esa mirada.

La única mirada viva que hay en la literatura es la del narrador, que al mismo tiempo es una mirada también tremendamente defectuosa.

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En tus obras a menudo diriges tu mirada hacia la ausencia y construyes tus relatos narrativos alrededor de esta ausencia. ¿Es este tu motor narrativo?

Totalmente. A mí me importa la ausencia porque no le importa a la sociedad. O sea, me importa hacer relevantes los huecos que deja una sociedad que va muy deprisa, de un mundo que no se preocupa por detenerse a pensar qué es lo que está sucediendo alrededor, y que está dejando tras de sí un montón de huecos.

Por esta razón en este libro hay un espacio físico fundamental: los descampados, los solares, los lugares que a nadie le importan. Y esos huecos a mí me preocupan, es lo que me lleva a detenerme un momento y darme cuenta de que estamos rodeados de ese vacío, de esos huecos. Estos descampados son el símbolo fundamental de la novela y un símbolo recurrente dentro de mi literatura.

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Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 9 y el 12 de noviembre.

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