Estudio científico encuentra conexión ancestral entre Dragon Ball y Star Wars

Dragon Ball y Star Wars trascendiendo la frontera de la ficción.

Dragon Ball y Star Wars tienen una conexión ancestral que ni sus creadores imaginaron que ocurriría. Goerge Lucas del lado de la saga cinematográfica y Akira Toriyama en el manga y animé nunca se pusieron de acuerdo para sus desarrollos, y casi de manera mística se encuentran en un vínculo comprobado en un estudio científico.

Los saiyajines se pudieran comparar con los Jedi; Freezer y su ejército podrían ser como Darth Vader con todo e imperio, Pero no es de esto que venimos a hablar en esta reseña.

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De lo que venimos a hablar en esta nota, es de dos conceptos con los que todos los fanáticos de Star Wars y Dragon Ball estamos familiarizados: La Fuerza y el Ki.

Star Wars y Dragon Ball conectan con una investigación científica

Presten mucha atención y quédense con nosotros en cada detalle, porque esto está denso y se remonta a un debate que lleva demasiado tiempo corriendo entre ciertos miembros de la comunidad científica.

Desde tiempo inmemorables se debate el tema de la mente y la conciencia, concebida como algo casi etéreo. En donde no hay una explicación científica universalmente aceptada acerca de dónde procede o dónde habita ella.

Sin embargo, nuevas investigaciones sobre la física, la anatomía y la geometría de la conciencia han empezado a desvelar su posible forma que llevarían a articular una suerte de ¿arquitectura de la conciencia?

Ha surgido un nuevo trabajo de investigación, disponible en ACS Publications, que se basa en una teoría que el Premio Nobel de Física Roger Penrose y el anestesista Stuart Hameroff propusieron por primera vez en los años 90: la teoría de la Reducción Objetiva Orquestada (Orch OR).

Este planteamiento, en términos generales, afirma que la conciencia es un proceso cuántico facilitado por los microtúbulos de las células nerviosas del cerebro. Ambos científicos de hecho llegaban al grado de sugerir que la conciencia es una onda cuántica que atraviesa estos microtúbulos.

Y que, como toda onda cuántica, tiene propiedades como la superposición (la capacidad de estar en muchos lugares al mismo tiempo) y el entrelazamiento (la posibilidad de que dos partículas muy alejadas estén conectadas).

Tomando como eje para entenderlo el proceso de la fotosíntesis y el papel de la clorofila para almacenar energía de fotones. Se trata pues, básicamente de biología cuántica.

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Y ahora nuevas pruebas sugieren que dichos microtúbulos podrían ser incluso mejores guardianes de esta coherencia cuántica que la clorofila.

El reciente proyecto, llevado por el físico y profesor de oncología Jack Tuszynski, se basa en un experimento realizado sobre un modelo computacional de un microtúbulo. En donde su equipo simuló hacer brillar una luz en uno de estos elementos, para comprobar si la transferencia de energía de la luz en la estructura microtubular podía seguir siendo coherente como ocurre en las células vegetales.

La idea era que si la luz duraba lo suficiente antes de ser emitida, aunque fuera una fracción de segundo, entonces era una señal comprobable de coherencia cuántica.

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El equipo de Tuszynski simuló el envío de fluorescencia de triptófano, o fotones de luz ultravioleta que no son visibles para el ojo humano, a los microtúbulos. En teoría, en 22 experimentos independientes, las excitaciones del triptófano crearon reacciones cuánticas que duraron hasta cinco nanosegundos.

Esto, como explican los colegas de Esquire, equivaldría a miles de veces más de lo que cabría esperar que durase la coherencia en un microtúbulo.

Durante años se ha debatido y descartado esta teoría, que representaba una explicación para la arquitectura de la conciencia.

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Pero el reciente experimento, en cierta forma, comprueba que el cerebro humano no está demasiado caliente ni demasiado húmedo para que la conciencia exista como una onda que conecta con el universo.

Suena como un disparate, pero es lo más cercano que estamos hoy en día de comprobar que La Fuerza y el Ki existen.

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