El 1 de febrero del 2016, publiqué una columna titulada “La delgada línea roja”. En ese entonces, luego de los exitosos pasos de Marcelo Bielsa y Jorge Sampaoli, Salah había elegido a las apuradas como DT de la Selección a Juan Antonio Pizzi, tras las negativas del “Loco” y de Eduardo Berizzo, quien a mediados de ese año terminaba contrato con el Celta.
Así, “Don Arturo”, el amante de los procesos, cortaba el más prolífico de todos los tiempos. Después pasó lo que ya sabemos, con triunfos y derrotas, pero con algo clarísimo: se perdió la identidad.
La “Roja” empezó a depender exclusivamente de sus individualidades, todavía en su peak en la Copa América Centenario y ya en su ocaso en las últimas Eliminatorias. A la vista de todos, dejamos de ser ese equipo intenso que emocionaba, marcado por el sello bielsista-sampaolista.
Por eso, en ésta estoy con Pablo Milad. Se den o no los resultados con el “Toto” -porque se puede ganar o perder con cualquier idea y porque los cracks van en retirada-, se vuelve a esa escencia, la única que nos ha llevado a lo más alto de un podio.
No digo que con el cordobés volveremos a ser los de antes, pero deduzco que la intención va por ahí. Si bien genera dudas su mal paso por Paraguay, no creo que intente replicar ese estilo defensivo de los “guaraníes”, los italianos de Sudamérica, que llevan en la sangre eso de pararse firmes atrás, apostar a la salida rápida y hacerse fuertes en el juego aéreo.
Sacrificamos dos Mundiales apostando a cualquier cosa, menos a lo que nos llevó a la gloria. Ahora, en el papel, las fichas se pusieron en el lugar correcto.
Que saquemos el premiado, ésa ya es otra historia...