Baño de humildad, así le dicen. Flamengo y River le dejaron bien claro a la Católica y a Colo Colo que la Libertadores está fuera de su alcance.
De las últimas cinco ediciones de la Copa, cuatro fueron ganadas por brasileños, mientras que todas las definiciones las jugaron clubes de ese país o argentinos. Los dos mejores equipos chilenos no les llegaron ni a los talones.
A una fecha del cierre de la fase de grupos, el tetracampeón ya está eliminado, mientras que el mejor cuadro nacional del momento debe ganar esta semana para avanzar a octavos. Si lo logra y se da un cruce favorable, puede aspirar a cuartos, pero soñar con unas semis es una utopía.
De hecho, en el último cuarto de siglo, apenas las “Ues” de Pelusso y Sampaoli consiguieron instalarse entre los cuatro primeros del torneo. Actualmente, somos ciudadanos continentales de segunda clase.
Chile se está convirtiendo en la Bélgica de este lado del charco a nivel de clubes, ya no da ni para Portugal u Holanda. Colombia, Ecuador, Paraguay, Uruguay y hasta Perú se han asomado por las finales en los 25 años recientes.
Tenemos mínimas chances de título. Por eso, es válido preguntarse si conviene terminar terceros del grupo para pelear por el segundo certamen sudamericano.
Ya ni siquiera vale la pena pedir el manoseado Fair Play Financiero, que se lo pasan por buena parte en Europa y que si llega a implantarse en nuestro continente, donde las reglas no significan nada, va a ser letra muerta. La Sudamericana es un buen ejemplo de que poco importa la competitividad, ya que sólo clasifican los primeros y el resto juega por cumplir.
Y, encima, cuando un “chico” osa desafiar a un “grande”, éste tiene santos en la corte y un árbitro da 12 minutos de descuento. Maldita -y bendita- “sudaca”.