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Cuando se sube al escenario, Mon Laferte se transforma en «femme fatale» y se empeña en conseguir todas las miradas «para dar un buen show», pero una vez abajo, la cantante es de las que prefiere la soledad que le proporciona su casa, donde puede estar tranquila tomándose un té.
«Si me das a elegir, yo preferiría seguir mi vida normal, y que cuando me suba al escenario cambie, se haga ese ‘click'», afirma en entrevista con Efe la cantante (Viña del Mar, Chile, 1983), quien dice estar «aprendiendo a lidiar con la sobreatención de la gente» porque sabe que esto forma parte del «paquete» que viene con su trabajo.
Apenas unas horas antes del concierto que le espera en la ciudad mexicana de Guanajuato en el marco del Festival Internacional Cervantino (FIC), Mon Laferte viste un abrigo rojo, a juego con sus uñas, que desentona con la ropa más ligera que portan quienes están a su alrededor.
«Siempre tengo frío, soy como una abuelita», bromea la intérprete, quien confiesa que el paso de los años también ha hecho que se vuelva más ermitaña.
Esa timidez de la que no ha logrado desprenderse tras sus tres discos de estudio -el último «Mon Laferte Vol. 1» (2015)- hace que para ella también sea complicado exponer sus sentimientos con las canciones que escribe.
«Es algo que al principio me costaba mucho; me sigue costando, incluso me da mucha vergüenza», asegura, y añade que cuando enseña por primera vez a su banda una canción que ha creado le da «miedo» porque sabe que luego la va a compartir con el público «y ya no hay vuelta atrás».
A partir de ahí, cada canción es un mundo. En el caso de que el tema esté basado en algo que le haya hecho daño, a veces interpretarlo le ayuda a sanar sus heridas.
Sin embargo, otras veces ocurre lo contrario, pues «cada vez repites la misma frase y lo estás reafirmando, como que se pone más intenso el sentimiento», convirtiéndose como una especie de «tortura», reconoce.
Asegura que le funciona bastante bien componer durante las giras, porque encuentra la inspiración durante sus viajes: «Ves miradas diferentes de la gente (…), acentos diferentes para hablar, que luego tienen un cantadito (entonación) y te pueden ayudar para inventar la melodía de una canción».
Hace casi diez años, Mon Laferte abandonó su Chile natal con el ánimo de «cantarle al mundo» y decidió comenzar su camino en México, ya que le resultaba un lugar «familiar». Resultó que le gustó tanto, tanto que se quedó en el país.
En su tierra ya tocaba, en la calle, pero aprendió que vivir de la música no iba a ser sencillo, y no quería estar «sufriendo» para ver cómo podía pagar la renta o comer en el día a día.
«Creo que hoy se puede, pero hace diez años era muy difícil; yo tenía que arreglármelas», recuerda la cantante.
Cuando llegó a México, con su guitarra y sin conocer a nadie, perseguía una «aventura» y «aprender a golpes», ya que reconoce que es «muy masoquista».
«Siempre busco historias fantásticas, como de película, porque eso me sirve para escribir», asevera Mon Laferte, quien dice que, gracias a su decisión, ahora tiene «muchas historias».
EFE