* Sacerdote y columnista. Twitter: @hugotagle
Los chilenos tendemos a la melancolía. A los extranjeros les llama la atención nuestro gusto por los colores grises y oscuros. El invierno en la zona central es frío y grisáceo. Y si a esto le agregamos caras algo largas y circunspectas, peor. El papa Francisco ha dedicado varias reflexiones al tema de la felicidad. La felicidad es un tema serio. Es una virtud que debemos cultivar si no queremos envejecer prematuramente, perder la buena salud y las buenas relaciones humanas. Si cultiváramos la felicidad como estilo de vida, seríamos una mejor sociedad. “La búsqueda de la felicidad”, afirma el Papa, es algo común en todas las personas”, porque ha sido Dios quien ha puesto “en el corazón de todo hombre y mujer un deseo irreprimible de felicidad, de plenitud”. “Es la nostalgia invisible de Aquel que nos ha creado y que es Él mismo, el amor, la alegría, la paz la belleza y la verdad”.
No hay una receta mágica para ser felices. Es una conquista cotidiana. Se puede ser feliz en las circunstancias más adversas. El Papa señala que el inicio de toda alegría es pensar en los demás. Quien sale de sí, vive más feliz. El camino de la felicidad comienza contra corriente: es necesario pasar del egoísmo al pensar en los demás.
Somos un pueblo melancólico. Nos cuesta la risa franca y abierta. Hay que luchar contra la melancolía del alma. El cristiano, dice el Papa, “aleja la tentación de la melancolía y la tristeza”. Dios «quiere que seamos positivos», que disfrutemos las cosas pequeñas de cada día y no que seamos prisioneros «de complicaciones interminables» y pensamientos negativos. El Papa recuerda un famoso dicho: la verdadera santidad es alegría, porque «un santo triste es un triste santo».
“La felicidad no es algo que se compra en el supermercado”, subraya Francisco, “la felicidad viene sólo de amar y servir.”
Haremos bien en cultivar un sano sentido del humor; saber reírse de nosotros mismos y nunca de los demás. Nos reímos con el otro y no del otro.
Sepamos agradecer. El Papa pone como ejemplo a San Francisco de Asís, quien «agradecía un pedazo de pan duro, o alababa a Dios sólo por la brisa que acariciaba su rostro”. “A veces, la tristeza está relacionada con la ingratitud. Estamos tan cerrados en nosotros mismos, que somos incapaces de reconocer los dones de Dios”. Un corazón que ve bien, sabe cómo agradecer y alabar: es un corazón que sabe cómo regocijarse.
La felicidad pasa por saber perdonar y pedir perdón. En un corazón rencoroso no hay lugar para la felicidad. El que no perdona sólo se hace daño a sí mismo. El odio genera tristeza. El Papa da dos consejos: rezar y caminar con otros. “La oración cambia la realidad, no lo olvidemos”, dice el Papa. “Cambia las cosas o cambia nuestro corazón”. Y no hay que caminar solo por la vida. “Sin amistad, sin amor, sin compañeros, sin pertenecer a un pueblo, sin esa experiencia tan hermosa que es el arriesgar juntos, no se es feliz”.
La alegría es escuchar a Dios que nos dice: “Tú eres importante para mí, te amo, cuento contigo”. “Sentirse amados por Dios, sentir que por Él no somos números, sino personas; y sentir que es Él quien nos llama”, dice el Papa. Amar y dejarse amar. Un imperativo del tiempo.
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