- Sacerdote y columnista. Twitter: @hugotagle
Escribo esta columna desde la Universidad de Columbia, a donde fui invitado por su capellán. Llevo ya algunos meses aquí en Manhattan, la Gran Manzana, la capital del mundo. Una estadía aquí da para muchas reflexiones, pero me detendré en un aspecto significativo: la diversidad de su población. En Nueva York conviven más de 200 nacionalidades. La zona más cosmopolita del mundo. En parte, por ser sede de varios organismos internacionales, pero, en mayor medida, por una decidida y consciente política pública de hacer de este rincón una ciudad abierta, diversa, siendo fieles con ello a la conciencia de integración que la ha distinguido desde su fundación.
Escribo de esto a propósito del proyecto del alcalde Lavín de construcción de viviendas sociales en la comuna de Las Condes. La integración hay que buscarla conscientemente. Si no, no se da.
Una carta de académicos del Centro de Estudios Públicos UC, aparecida hace unos días en un matinal, cita un ejemplo exitoso de integración social en EEUU. Tiene por nombre «Moving to Opportunity», que se puede traducir como «moviéndose hacia la oportunidad», un programa de vivienda justa, en que se trasladaron más de cuatro mil familias a sectores más acomodados. El estudio da cuenta del efecto positivo para las nuevas familias. Pero habría que añadir que el entorno donde se llevaron también se ve beneficiado. No es caridad. En EEUU la integración ha servido a la sociedad en su conjunto, como la historia lo ha demostrado.
Las universidades estadounidenses y sus sistemas de selección son un buen ejemplo de ello. La misma Universidad de Columbia promueve conscientemente la diversidad estudiantil, buscando estudiantes de los más diversos orígenes. De ahí que las minorías siempre tendrán un lugar aquí. Es un bien que redunda en una riqueza para el conjunto. Todos ganan.
La integración, la cultura del encuentro, destruye muros, derriba prejuicios, disipa temores, aumenta las confianzas y el conocimiento del que pensábamos extraño, pero resulta que es uno más, que nos aporta y enriquece. Aprendemos más de quien es distinto que de aquel que es igual. El juntarse «con los de siempre» empobrece, crea conciencia de gueto, jibariza la cultura, nos hace provincianos. Los migrantes de los últimos lustros nos han traído un bien enorme. Falta eso sí, integrar más. Éste es un paso.
Y hablo desde la experiencia. Crecí en La Florida, cuando buena parte de la comuna era casi campo. Pero en la cuadra, convivían muchas familias distintas. Algunas con muchos medios económicos y otras de escasos recursos. Como lo sigue siendo en parte en Lo Barnechea, Colina o Buin. Es cierto que allí se ha dado en forma natural y no «forzada». Pero insisto. Debemos buscar y potenciar la integración en un Santiago muy atomizado, en que conviva armoniosamente la diversidad propia de una gran ciudad.
Decisión valiente la del edil de Las Condes para integrar y derribar prejuicios y barreras.
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