- Presidente Asociación de Oficinas de Arquitectos
Durante las primeras semanas de noviembre, se desarrolló la XX Bienal de Arquitectura y Urbanismo de Chile, realizada por segundo año consecutivo en Valparaíso. Fueron 14 días de importante reflexión sobre aquellos diálogos impostergables necesarios para definir el porvenir de nuestro país, ciudades y comunidades y las formas en que cada uno de los actores que inciden en él piensan la construcción del espacio público.
Precisamente, y como era de esperarse, este intercambio dejó claras enseñanzas sobre el futuro de los espacios urbanos que queremos desarrollar y habitar como sociedad. Los arquitectos nos interpelamos con una fuerte autocrítica respecto a nuestra participación en el diseño de las ciudades. No es un misterio que la historia de la arquitectura y el urbanismo moderno incluye casos de proyectos fallidos, indiferentes a la realidad, y en los que la opinión y necesidades de los habitantes no fueron consideradas.
A partir de ese reconocimiento, la Bienal fue la instancia para repensar un desafío que aún no ha sido abordado cabalmente por temor, indolencia o pura incapacidad para enfrentarlo, y que mantiene al espacio urbano nacional congelado y exponencialmente encarecido.
El debate y el diálogo se centró en definir los modelos que, en conjunto, buscamos promover, las modalidades de integración que necesitamos implementar, las vías para la incorporación robusta y decidida de un sector privado consciente de su responsabilidad y el tipo de políticas públicas que soporten, mediante la configuración de un correcto marco jurídico, la puesta en marcha de una visión común con las certezas jurídicas para su desarrollo.
Y con el fin de abarcar la diversidad de perspectivas, la conversación se amplió lo más posible para recoger las impresiones de las fuerzas vivas de nuestras urbes, precisamente las comunidades que las viven. Su opinión posibilitó aprovechar una oportunidad única e inédita para dimensionar las demandas y exponer las posibles soluciones, trabajando de frente con los “actores históricos” para diseñar propuestas que, incorporando elementos de realidad, permitan la generación de proyectos realistas e implementables.
De esta manera, pasamos de los diálogos a las enseñanzas impostergables. Del enfrentamiento entre desarrolladores, arquitectos, autoridades políticas y vecinos a la posibilidad de tender puentes de entendimiento y reflexión colectiva. Es de esperar que esta nueva relación se proyecte más allá de esta instancia y que, entre todos, construyamos las capacidades para levantar ciudades armónicas, equitativas y saludables.
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