- Analista internacional
Durante más de siete décadas el campo occidental ha seguido el modelo anglosajón: léase la conducción de Washington y Londres. En estas capitales fue trazada la arquitectura del mundo actual. Desde las instituciones dominantes en el campo militar, como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), a la esfera económica con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial nacen de la Carta Atlántica, concebida por el presidente Franklin D. Roosevelt y el primer ministro Winston Churchill en tiempos de la Segunda guerra Mundial.
El éxito de toda ideología, que aspire a cierta universalidad, es convencer al mayor número de personas posible que es la mejor opción para mejorar la vida de todos. Incluso el colonialismo postulaba los beneficios civilizatorios, económicos y tecnológicos aportados a las sociedades colonizadas. La propuesta anglosajona, de post guerra, destacaba la democracia, el libre comercio y la generación de riqueza a partir de la libertad de los agentes económicos para desplegar su creatividad. La libre competencia debía dirimir quiénes serían los triunfadores.
Hoy surge la interrogante si el mundo se asoma a un cambio de época. ¿Se vive ya el fin de la hegemonía ideológica anglosajona? Son los propios líderes los que renuncian a sus postulados universalistas. Trump repite hasta la saciedad su eslogan “América primero”. La meta proclamada es “hacer América grande una vez más”. Nada muy diferente del pasado salvo que antes se decía que lo que era bueno para América también lo era para el resto. Las señales de distanciamiento estadounidense de Europa son nítidas: los europeos dedican más recursos a la defensa o Washington, que cubre a 75 por ciento de los gastos de la Otan, renuncia a la defensa automática si alguno de los países miembros es atacado. La mera advertencia ha agrietado la confianza en la alianza militar.
Gran Bretaña, a su vez, está embarcada en su Brexit, o el abandono de la asociación con la Unión Europea. Es el triunfo de una visión nacionalista y estrecha. Mala hora, en todo caso, escogió Londres para divorciarse de sus vecinos. Si tenía la esperanza de cerrar filas con Estados Unidos ahora se topa con un Trump que predica el aislacionismo. Así, lo que ambos lados del Atlántico llamaban la “relación especial” que unía a los primos anglosajones, aparece difusa y con metas divergentes. Un cuadro muy diferente al de los años 80 cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher promovían al unísono las virtudes del neoliberalismo. Hoy el debate sobre el calentamiento global y la renuncia de Estados Unidos al Acuerdo de París abre una zanja entre europeos, incluidos los británicos, y Washington. Es un tema decisivo ya que Trump denuncia al Acuerdo como un cuento para limitar el progreso económico de su país. En cambio, en el viejo continente, como en el resto del mundo, existe la convicción que las emisiones de gases de efecto invernadero, causadas por actividades humanas, es la principal amenaza para la humanidad.
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