- Analista internacional
Era previsible que Donald Trump alteraría las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo. Lo que no se esperaba es que fuese tan rápido. Menos aún se anticipó que la fricción fuese con Alemania, la mayor economía europea. Las expectativas apuntaban a un choque con China, pues Trump la tenía en la mira a lo largo de la campaña electoral, denunciándola por competencia desleal. Pero en lo que va corrido de su presidencia ha mantenido buenas relaciones con Beijing.
Algo debe haber marchado muy mal en la reunión del G7 en Sicilia, 26 y 27 de mayo, donde concurrió el septeto de las mayores potencias económicas occidentales. Apenas días más tarde, la cauta y ponderada Angela Merkel, la canciller alemana, declaró que los tiempos habían cambiado y no podían dejar su suerte en manos de viejos aliados. Aludía a Washington y Londres.
La manzana de la discordia era el principio de la seguridad colectiva que rige desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Hasta ahora los miembros de la Organización del Tratado Atlántico Norte (Otan) se rigen por el lema de los Tres Mosqueteros: “Todos para uno y uno para todos”. Esto significa que si alguno de sus 28 países miembros es atacado, el resto concurre en su defensa. Así Moscú se enfrentaba a un poderoso muro que desincentivaba toda idea de agresión. La Unión Soviética, a su vez, hizo otro tanto con el Pacto de Varsovia, que englobaba al grueso del campo socialista europeo.
De tal forma que cuando desapareció el estado soviético, y varios de sus antiguos países satélites ingresaron a la esfera occidental, cabía esperar la disolución de la Otan. Lejos de eso, la estructura, pese a no tener un adversario claro, mantuvo su vigencia. La mayoría de los países europeos, en tanto, tenía claro que la amenaza había disminuido y redujeron sus presupuestos bélicos. La Otan no tiene tropas ni armas propias y depende de los aportes de los distintos países. En la actualidad, son pocos los miembros que cumplen con el compromiso de destinar al menos el 2% de su PIB a la defensa. Estados Unidos aporta cerca de las tres cuartas partes del presupuesto de la Otan. Trump ha advertido que no está dispuesto a mantener la seguridad colectiva a expensas del esfuerzo norteamericano.
A su vez, Emmanuel Macron, el nuevo presidente francés, dio señales que desea recuperar protagonismo internacional para su país. Algo que logró invitando a París al presidente ruso Vladimir Putin. El encuentro, sostenido el 29 de mayo, servía a ambos países. Francia sale fortalecida como el mayor poder militar y nuclear europeo occidental luego de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Algo que permite a Francia contrapesar el claro liderazgo económico alemán.
Aunque no cabe esperar cambios drásticos en las relaciones entre Estados Unidos y el viejo continente es claro que las placas tectónicas se han desplazado. Trump no ha hecho más que gatillar, de manera poco elegante, un proceso en curso que cambia la arquitectura de las relaciones internacionales.
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