“Por primera vez se sintió acosado por el animal de la soledad; bicho astuto”, señala entre sus líneas la novela “Un viejo que leía novelas de amor”. ¿Y cuántos nos sentimos acosados por esa misma soledad en este mundo rodeado por un virus mortal?
Es en este escenario, donde las palabras de Luis Sepúlveda han de estar acompañando a miles de lectores en el mundo, que el artista partió.
Desde pequeño, un gran lector
Durante la jornada de ayer, 16 de abril, se dio a conocer la muerte de quien fuera uno de los grandes escritores chilenos de los últimos años. En su última entrevista, otorgada al medio RFI de Francia, el autor criticó duramente al Presidente Piñera y señaló que “el chileno vive con la fantasía de pertenecer a la clase media sólo por tener una tarjeta de crédito”. Sepúlveda se crió rodeado de libros.
En una columna escrita por él para el Diario Clarín de Argentina, relataba que creció “en un barrio proletario de Santiago de Chile y, aunque en mi casa había algunos libros, sobre todo literatura de aventuras, Jules Verne, Emilio Salgari, Jack London, Karl May, sería de una vanidad espantosa decir que se trataba de una biblioteca, y más todavía culpar a esos inocentes libros de lo que hago. No. Yo me hice escritor por el fútbol”. Puede sonar algo extraño, considerando los títulos que nos entregó su pluma. Y su talento comenzó desde muy joven. A los diecisiete años publicó su primer libro. Se trató de un poemario.
Redactor
Luego, un periodista que frecuentaba el restorán de su padre le consiguió trabajo como redactor policial en el diario Clarín. A los veinte años ya tenía bastantes relatos, con los que nació su primera recopilación de cuentos: “Crónicas de Pedro Nadie”. Pero todos reconocemos su mayor obra. “Un viejo que leía novelas de amor”, según señalaba el mismo artista, es uno de los libros escritos en español que a más idiomas se ha traducido: 60.
Según Sepúlveda, esto lo ubicaba en el tercer lugar tras “El Quijote” y “Cien años de soledad”. El año 2008, su libro logró llegar a las 18 millones de copias vendidas tras 20 años. Después del golpe militar, Sepúlveda estuvo detenido en el Regimiento Tucapel de Temuco y encarcelado casi tres años. Luego, se le conmutó 28 años de prisión por ocho de exilio. En 1977 abandonó Chile, estuvo en Buenos Aires, Montevideo y después en Brasil. Más tarde cruzó a Paraguay, Bolivia, Perú y Ecuador.
También vivió en Alemania, donde estuvo por varios años. Ahí fue corresponsal para Greenpeace. Desde 1997 que residia en Gijón (Asturias), España. Desde dicho lugar, este artista partió de este mundo. Para Luis Sepúlveda la única obligación del escritor era “contar bien una buena historia y no cambiar la realidad, porque los libros no cambian el mundo. Lo hacen los ciudadanos”.
Una obra que traspasó generaciones
El gusto por leer nace para muchos en la infancia. Para algunos por la cercanía a los libros en casa, para otros, a través de las lecturas escolares. Los libros de Luis Sepúlveda han sido grandes éxitos de ventas, pero también han llegado a nuestros niños. “Una historia que debo contar”, “La lámpara de Aladino” y “La historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar”, son textos que forman parte de las Bibliotecas Escolares CRA del Ministerio de Educación.
Es por esto que, probablemente, miles de chilenos hayan tenido que leer en el colegio las maravillosas historias de Sepúlveda. Internacionalmente el escritor fue reconocido y obtuvo galardones como el Premio de La Felguera a relato breve en 1990, el Premio Gabriela Mistral de Poesía en 1976 y en 2014 el Premio Chiara a la Carrera Literaria de Italia, entre tantos otros.
Para Sepúlveda leer era “el descubrimiento más importante de toda la vida”, porque suponía un “antídoto contra el ponzoñoso veneno de la vejez”. El escritor no temía a la muerte: “Es parte de la vida, es el cierre biológico y necesario de un ciclo. Sería insoportable ser inmortal”.