El 21 de agosto de 1973, el comandante en jefe del Ejército y ministro de Defensa del gobierno del Presidente Salvador Allende, Carlos Parts, se retiró temprano de su despacho producto de un estado febril. Así comenzó a gestarse una renuncia que terminaría marchando la historia de Chile.
Al llegar la comitiva al domicilio del general, se encontró con una manifestación. Un grupo mayoritariamente compuesto por mujeres reclamaba la actuación de Prats en el gabinete de la Unidad Popular, y exigía su salida.
Ya había enfrentado protestas de este tipo, que exigían la arremetida de las Fuerzas Armadas contra el gobierno constitucional, pero esta manifestación era diferente: había por los menos seis esposas de generales activos entre el grupo, varios oficiales vestidos de civil y uno que usaba uniforme.
El fantasma de un quiebre al interior del Ejército de Chile estalló en la cabeza de Prats, quien rápidamente informó de los hechos a Allende.
El país vivía en un ambiente de tensión después del frustrado Tanquetazo del 29 de junio de 1973, alzamiento sofocado por el mismo Prats y el general Augusto Pinochet.
Rápidamente llegaron a la casa de Prats los generales Pinochet y Guillermo Pickering para manifestarle su total apoyo. A ellos se suman el mismísimo Presidente Allende y varios ministros.
El gobierno de la UP debía dar una señal de respaldo cerrado al general, pero en la interna, Prats sabía que había divisiones en el Ejército y que no todos los generales eran partidarios de seguir con su doctrina de apego a la Constitucional.
El comandante el jefe ordenó a Pinochet y Pickering que todo el generalato firmara una carta de apoyo público a su liderazgo. Sin embargo, la mayoría descartó esta opción. Así la suerte de Prats estaba definida: daría un paso a costado que se sellaría el 23 de agosto de 1973, hace 46 años. Una renuncia que vino acompañada con la recomendación a Allende que colocara en su puesto al general Pinochet, por considerarlo un militar profesional, apolítico y que mantendría la unidad del Ejército.
A continuación, la carta de renuncia del general al Presidente Allende.
Dr. Salvador Allende Gossens.
Exmo. Sr. Presidente:
V.E -al asumir la Presidencia de la República- tuvo a bien designarme Comandante en Jefe del Ejército, cargo que ejercía interinamente desde el asesinato del Sr. General Schneider (Q.E.P.D.)
V.E. no me conocía anteriormente, de modo que tal nombramiento se fundamentó exclusivamente en su respeto por la jerarquía y verticalidad del mando en las Fuerzas Armadas.
En el discurso que pronuncié el 20 de octubre de 1970, en el sepelio del Gral. Schneider, dije textualmente: “Chile enfrenta una encrucijada de su destino que lo obliga a optar sólo entre dos alternativas dinámicas para la realización nacional: la violencia trastocadora o la del sacrificio solidario”.
Comprendí que el Ejército ya había dejado de ser un compartimiento estanco de la comunidad nacional y que las presiones, tensiones y las resistencias propias de un proceso de cambios profundos que debía realizarse dentro de las normas constitucionales y legales vigentes- inevitablemente iban a perturbar cada vez más intensamente la tradicional marginación del Ejército del quehacer político contingente.
Me tracé, entonces, como objetivos fundamentales de mi acción de mando, luchar, por una parte, por afianzar la cohesión intrainstitucional y garantizar la verticalidad del mando, pre encausar la marcha del Ejército en los moldes doctrinarios profesionalistas que se desprenden del rol constitucional asignado a la fuerza pública. Por otra parte, concentré mis esfuerzos en la planificación y ejecución de un plan de desarrollo institucional que constituía un imperativo inaplazable, para acrecentar la eficacia operativa de las grandes unidades que articulan el despliegue institucional.
Contribuí a los lineamientos señalados por V.E., para una participación realista de las Fuerzas Armadas en las grandes tareas de desarrollo del país, que tienen trascendente incidencia en la Seguridad Nacional, bajo la inspiración del nuevo concepto de “soberanía geoeconómica”.
Diez meses atrás, la agudización creciente de la lucha política y gremial interna indujo patrióticamente a V.E. a requerir la participación de las Fuerzas Armadas en funciones de gobierno, sin que ello implicara compromiso partidista alguno para los representantes militares. V.E. me honró, designándome Ministro del Interior, en una etapa en que era necesario cautelar la vigencia del Estado de Derecho, asegurando la realización imparcial del importante proceso de renovación del país, en una gira de relieve mundial, me asignó el honor y la responsabilidad de la Vicepresidencia de la República.
Volvía a mis funciones estrictamente profesionales, hasta que, hace unas semanas, nuevamente V.E. requirió mi presencia en el Ministerio de Defensa Nacional, en su sincero afán patriótico de evitar una tragedia inconmensurable de un enfrentamiento fratricida, a que se veía inminentemente arrastrado el país, en medio de una gravísima crisis económica. Acepté tal nueva responsabilidad sinceramente convencido de que era un deber patriótico contribuir a su clara y firme decisión de ordenar el proceso de cambios y continuarla enmarcando en definidos cauces constitucionales y legales, lo que requería de una urgente apertura parlamentaria.
Al correr de los dos años diez meses, que he esbozado, he soportado con entereza toda clase de ataques injuriosos, calumniosos o infamantes –provenientes de quienes se empeñan en enervar o derrocar al Gobierno Constitucional que V.E. dirige- en la convicción de que, en el seno de la Institución que comando, predominaría la comprensión de la intencionalidad de baja política que inspiraba la campaña en mi contra.
Al apreciar –en estos últimos días- que, quienes me denigraban, habían logrado perturbar el criterio de un sector de la oficialidad del Ejército, he estimado un deber de soldado, de sólidos principios, no constituirme en factor de quiebre de la disciplina institucional y de dislocación del Estado de Derecho, ni de servir de pretexto a quienes buscan el derrocamiento del Gobierno Constitucional.
Por tanto, con plena tranquilidad de conciencia, me permito presentarle la renuncia indeclinable de mi cargo de Ministro de Defensa Nacional y, a la vez, solicitarle mi retiro absoluto de las filas del Ejército, al que serví con el mayor celo vocacional durante más de cuarenta años.
Agradezco profundamente la alta confianza que V.E. depositó en mí, pese a su convencimiento de mi absoluta prescindencia política y le reitero las consideraciones del sincero respeto que vuestra V.E. sabe que le profeso, por el sentido de responsabilidad personal con que conduce los destinos del país. Igualmente, por su digno intermedio, me permito hacer llegar mis reconocimientos a las autoridades de gobierno y asesores suyos que –al margen de sus banderías políticas- supieron apreciar mi colaboración de soldado esencialmente profesional, en las tareas ministeriales que desempeñé.
Saluda a V.E. con aprecio y respeto.
CARLOS PRATS GONZÁLEZ
General de Ejército
Santiago, 23 de agosto de 1973.
Después de la renuncia de Prats, que abriría las puertas para la llegada de Pinochet a la comandancia, el Presidente Allende le mandó la siguiente misiva al ex comandante, quien además fue ministro del Interior, de Defensa Nacional y Vicepresidente de la República en su gobierno.
Estimado señor General y amigo:
El Ejército ha perdido su valioso concurso, pero guardará para siempre el legado que usted le entregara como firme promotor de su desarrollo, que se apoyó en un orgánico plan que coloca a tan vital rama de nuestras Fuerzas Armadas en situación de cumplir sus altas funciones.
Su paso por la Comandancia en Jefe significó la puesta en marcha de un programa destinado a modernizar la infraestructura, el equipamiento y los niveles de estudio de nuestro Ejército, para adecuarlo a las condiciones que demandan la tecnología y ciencia actuales. Esto se le reconoce ahora y se apreciará mejor en el futuro.
Es natural que quien fuera el alumno más brillante, tanto en la Escuela Militar como en la Academia de Guerra, aplicara, en el desempeño de las altas tareas del Ejército, elevada eficiencia, riguroso celo profesional y efectiva lealtad con los compromisos contraídos con la Nación, su defensa y su sistema de gobierno.
No es solamente la autoridad gubernativa la beneficiada con su conducta. Es toda la ciudadanía. Sin embargo, estoy cierto que, dada su recia definición de soldado profesional, usted considera que simplemente cumplió su deber. A pesar de ello, señor General, me corresponde agradecer, en nombre de los mismos valores patrióticos que defiende, la labor que usted desempeñó.
Expreso, una ves más, el reconocimiento del Gobierno por su valiosa actuación como Vicepresidente de la República, Ministro del Interior y de la Defensa Nacional. Su invariable resguardo del profesionalismo militar estuvo siempre acorde con el desempeño de esas difíciles responsabilidades, porque comprendió que, al margen de contingencias de la política partidista, ellas están ligadas a las grandes tareas de la seguridad del país.
El encauzamiento del Ejército dentro de las funciones que le determinan la Constitución y las leyes, su respeto al Gobierno legalmente constituido fueron reafirmados durante su gestión, de acuerdo con una conducta que ha sido tradicional en nuestra Nación, la que alcanzó especial relevancia frente a los incesantes esfuerzos desplegados por aquellos que pretenden quebrantar el régimen vigente y que se empeñan, con afán bastardo, en convertir a los Institutos Armados en un instrumento para sus fines, despreciando su intrínseca formación.
A usted le correspondió asumir la Comandancia en Jefe del Ejército en momentos difíciles para esa Institución y, por lo tanto para Chile; sucedió en el Alto Mando a otro soldado ejemplar, sacrificado por su riguroso respeto a la tradición constitucionalista y profesional de la Fuerzas Armadas. El nombre de ese General, don René Schneider Chereau, trascendió nuestra fronteras, como símbolo de la madurez de Chile, y reafirmó el sentido o’higginiano impreso en el Acta de nuestra Independencia y que consagra el derecho soberano de nuestro pueblo para darse el gobierno que estime conveniente.
Su nombre, señor General, también desbordó nuestro ámbito, al punto que otras naciones aprecian, en toda su dimensión, su actitud profesional insertada en el proceso de cambios impuesto en Chile por la firme decisión de su pueblo.
En este momento en que hay chilenos que callan ante las acciones sediciosas, a pesar de hacer constantes confesiones públicas de respeto a la Constitución. Por eso, su gesto significa una lección moral que lo mantendrá como una meritoria reserva ciudadana, es decir, como un colaborador de la Patria con el cual estoy seguro ella contará cuando las circunstancias lo demanden.
Los soeces ataques dirigidos contra usted constituyen una parte de la escalada fascista en la cual se ha llegado a sacrificar al Comandante de la Armada Nacional, mi Edecán y amigo, Arturo Araya Peters, quien fuera ultimado por personas pertenecientes al mismo grupo social que tronchó la vida del General Schneider. Este es un duro momento para Chile, que usted lo siente de manera muy profunda.
El gesto de su renunciamiento, motivado por razones superiores, no es la manifestación de quien se doblega o rinde ante la injusticia, sino que es la proyección de la hombría propia de quien da una nueva muestra de su responsabilidad y fortaleza.
Lo saluda con el afecto de siempre,
SALVADOR ALLENDE G.
Presidente de la República.
Santiago, 25 de agosto de 1973.
El general Prats falleció el 30 de septiembre de 1974 junto a su esposa Sofía Ester Cuthbert, en Buenos Aires, víctima de un ataque explosivo de la DINA, la policía secreta y represora de la dictadura.