El lunes una noticia ocurrida en el estado brasileño de Pará, llamó la atención mundial, pero no la del país en donde ocurrió porque desgraciadamente las masacres en sus recintos penitenciarios son comunes.
En la cárcel de Altamira dos bandas rivales se enfrentaron y provocaron un incendio. Dos gendarmes fueron retenidos y los reos tuvieron el control del lugar durante seis horas. Producto del humo 57 presos fallecieron y otros 16 fueron decapitados por sus rivales con machetes que tenían en sus celdas.
Por internet circuló un video en donde los presos usaban las cabezas decapitadas como si fueran pelotas, las pateaban y amontonaban en un rincón.
El presidente Jair Bolsonaro no quiso referirse al tema, se limitó a manifestar que lo haría después que hablen del tema los familiares de las víctimas, quienes reclaman porque aseguran que avisaron a las autoridades del inminente enfretamiento entre el grupo del «Comando Clase A» contra los del «Comando Vermelho».
La masacre fue similar a la que ocurrió en mayo de este año cuando fueron asesinados 55 reclusos en una cárcel de la norteña ciudad de Manaos, capital del estado de Amazonas, en donde también el 2017 se produjo una revuelta carcelaria en la que fallecieron más de 50 internos, de los cuales muchos también fueron decapitados.
Pero esa cifra de fallecidos es poco comparada con la mayor masacre de la historia del país cuando en 1992 en la prisión de Carandiru, de Sao Paulo, fueron asesinados 111 reclusos.
La profesora de derecho penal brasileña, Luciana Boiteuxm, ha investigado el tema y considera que «el número excesivo de presos lleva al fortalecimiento de las organizaciones criminales, toda vez que estas amplían sus áreas de influencia. Cuanto más presos se envían a las prisiones, e incluso cuanto peores son las condiciones de encarcelamiento, más fuertes devienen las organizaciones criminales, pues el Estado pierde el control dentro de las cárceles».
«Los gendarmes, cuyo número está muy por debajo del necesario y cuyas condiciones de trabajo son precarias, se vuelven vulnerables, mientras que los líderes criminales ayudan a organizar a los presos e incluso les ofrecen asistencia y protección», agregó.
En Brasil hay 325 presos por cada cien mil habitantes lo que se traduce en 750 mil personas en la cárcel, eso convierte al país en el tercero en el mundo con más reos después de EEUU ( 2.160.000), y China (1.600.000). Además la capacidad penitenciaria de Brasil es para 415 mil personas, casi la mitad de la cifra de reos.
Sobre el tema el máster en Derecho Penal y Política Criminal, Mauricio Urquijo, explicó que “las disputas que había en libertad se trasladan a las condiciones intramurales y los reos que no pertenecían a organizaciones terminan siendo instrumentalizados en estas dinámicas”.