La frase que reza «es un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad», es quizá una de las oraciones más gravadas en el inconsciente colectivo de la humanidad. La inmortalizó el astronauta Neil Armstrong al unísono en que sus pies tocaban, por primera vez para él y la humanidad, la superficie lunar. En el 50 aniversario de la gesta, sus palabras siguen siendo igual de lúcidas y retratan la colosal travesía que significó el Apolo 11.
Eran tiempos turbulentos. A principios de los años 60, el mundo estaba sumido en la parte más cruenta de la guerra fría. Curiosamente, por esos años el campo de batalla más atractivo no eran Washington, donde el gobierno estadounidense amasaba su extensión del proyecto nuclear, ni Cuba, donde la URSS posicionó un cuerpo de misiles apuntando directo a la Casa Blanca, sino que eran los laboratorios, donde científicos e ingenieros de ambas potencias se disputaban el cetro por alcanzar el espacio.
En esa época, sin embargo, la contienda más parecía una paliza de la nación comunista que una disputa en sí. Estados Unidos recién comenzó formalmente con su proyecto Apolo, la respuesta al Programa Espacial Soviético, en 1960. Pero para ese año las victorias del Kremlin eran indiscutibles: en 1957 había lanzado el primer satélite al espacio, el Sputnik 1; lanzó a la perra Laika a la órbita; en el 59 lanzó el primer cohete a ignición es escapar de la gravedad terrestre, fotografió la cara oculta de la Luna; mandó una sonda a Venus y, por si fuera poco, Yuri Gagarin, héroe ruso, fue el primer hombre en orbitar la Tierra.
Tan inferior se sintió Estados Unidos que no dudó en nacionalizar a científicos nazis para aplanar la cancha. El más controvertido, y esencial para que el hombre pisara la Luna, fue el ingeniero aeroespacial Wernher von Braun, otrora creador de los misiles V2 alemanes y quien dirigió su manufactura en fábricas que emplearon prisioneros esclavizados, donde murieron 12 mil de ellos.
La promesa de pisar el satélite natural llegó el 25 de mayo de 1961, con el anuncio del presidente John Kennedy. El líder de la Casa Blanca dijo que depositarían un cohete con tripulación en la Luna, la visitarían y después los volverían a traer. Todo antes de que terminara la década.
La consigna al pueblo norteamericano fue más una frase aventurada que otra cosa. Sin embargo, eso hizo que la NASA, junto a sus científicos, quintuplicaran recursos y esfuerzos. En total, se gastaron cerca de 28 mil millones de dólares de la época en todo el proyecto, cifra que con la inflación ajustada, implican unos 288.100 millones de dólares del presente. Algo así como si Chile decidiera construir 300 torres Costanera en el desierto de Atacama.
Como sea, el comienzo fue trágico para la Nasa. Se lanzó el Apolo 1, una misión de prueba en Tierra, pero el habitáculo de los astronautas se incendió y los tres tripulantes, Gus Grissom, Edward White y Roger Chaffee, murieron calcinados.
Mientras eso ocurría, el alemán Von Braun afinaba los detalles del «Saturno V», un cohete más parecido a un rascacielos, de 110 metros de altura y 3.000 toneladas. Pese a cumplir más de medio siglo, su potencia y capacidad jamás fueron igualados. Gracias a la «obra maestra», las misiones 4, 5, 6 y 7 fueron un éxito.
Casi tan importante como el Apolo 11, fue el 8. En esa misión, por fin un cohete tripulado pudo dar la vuelta a la Luna, lugar desde donde tomaron la icónica fotografía de la Tierra vista desde la órbita lunar. Ese antecedente, más los éxitos de las misiones 9 y 10, hicieron confiar a la Nasa que el alunizaje sería posible.
Es así como el 16 de julio de 1969, a las 13.32 horas, despegó de Cabo Cañaberal el Saturno V, con Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins en su interior. Cuatro días más tarde (un día como mañana, hace 50 años), y 386,242 kilómetros, el módulo Eagle tocó la superficie lunar, y se escuchó por la transmisión «Houston, el Águila ha alunizado». Tras eso, Armstrong, el designado para ser el primero en salir, despachó su célebre frase.
El resto es historia. Los astronautas pasaron apenas dos horas en la intemperie lunar de los dos días que estuvieron allá, tiempo suficiente para registrar las imágenes de culto que lograron observar las millones de personas que vieron la transmisión en directo desde la Tierra.
Finalmente, el módulo regresó para acoplarse con el transbordador Columbia, donde esperó el astronauta Collins, y tomaron rumbo al Océano Pacífico, donde amerizó el 24 de julio, luego de 8 días de misión.
Tras el Apolo 11, seis misiones más completaron el proyecto y en total, otros 9 astronautas lograron llegar a la Luna. Por cuestiones de presupuesto, la humanidad nunca más se planteó una meta parecida, sin embargo, ahora Marte, y una vez más la Luna -en 2024-, están en el horizonte de la NASA.