La revolución de 1917 provocó un gran cambio en las costumbres durante los primeros años de la Rusia soviética, con la emancipación de las mujeres y la propaganda a favor del amor libre, antes de una rápida vuelta al orden moral.
«Las revoluciones sexuales acompañan a menudo los grandes cataclismos históricos», explica el historiador Vladislav Axionov, del Instituto de Historia Rusa.
Tras la revolución, las mujeres rusas empezaron a luchar por sus derechos políticos, por la posibilidad de elegir libremente a sus parejas sexuales y por la legalización del aborto.
Las mujeres contaron entonces con el apoyo decidido de los bolcheviques que clamaban «¡Abajo el pudor!» y defendían que «hacer el amor debe ser tan simple como beber un vaso de agua».
En diciembre de 1917, en una clara señal de la evolución de las costumbres, los bolcheviques adoptaron un decreto para oficializar el matrimonio civil, y la boda religiosa dejó de ser obligatoria.
La familia tradicional se consideró rápidamente como un vestigio del pasado.
El hogar y los niños se veían entonces como obstáculos para la edificación del «futuro radiante» del comunismo. Para liberar a las mujeres, se abrieron guarderías, comedores y lavanderías en todo el país.
En 1917, Rusia «adelantó a Europa y Estados Unidos al conceder a las mujeres el derecho a voto», recuerda Axionov. Las estadounidenses hubieron de esperar hasta 1920, y las francesas, hasta 1944, para poder votar.
Pioneras
Tanto avances fueron posibles gracias al papel que desempeñaron las mujeres en la Revolución rusa.
Fue el caso de la esposa de Lenin, Nadejda Krupskaïa, o de Alexandra Kolontái. Esta última, ministra de Asuntos Sociales del primer gobierno comunista y opositora al matrimonio, se convirtió luego en una de las primeras mujeres embajadoras del mundo.
Entre esas pioneras cabe destacar a la francesa Inès Armand, cuya biografía refleja los cambios en la sociedad rusa.
A principios del siglo XX, Armand abandonó a su marido, sus cuatro hijos y su vida burguesa en Puchkino, una ciudad al norte de Moscú, para instalarse con su cuñado Vladimir, nueve años más joven que ella.
Tras la muerte de este en 1909, Armand conoció a Lenin, al que admiraba. Muy pronto se convirtió en su mano derecha, y el revolucionario en el exilio envió a menudo a esa mujer, que hablaba varias lenguas, a participar a conferencias internacionales.
En 1914, fundaron juntos el diario «Rabotnitsa» («La trabajadora» en ruso), dedicado a la lucha de las mujeres. Su idea fundamental era la siguiente: las mujeres son esclavas oprimidas por el trabajo y la vida familiar, y la revolución es la única forma de ayudarlas a obtener los mismos derechos que los hombres.
La reacción conservadora se produjo sin embargo rápidamente. Bajo el liderazgo de Stalin, se conservaron algunos de los avances logrados por las mujeres, pero el Estado obró para controlar estrictamente la vida privada de sus ciudadanos y volvió a defender la familia tradicional como modelo.