La crisis abierta entre las autoridades de Cataluña y España en torno al referendo de autoderminación del domingo, prohibido por Madrid, es el último episodio de una historia complicada entre esta región y el poder central.
Los independentistas, en el poder en esta región del noreste de España, se han comparado últimamente con la II República española (1931-1936) aplastada por el general Francisco Franco y sus tropas después de tres años de contienda civil.
En manifestaciones recientes en Cataluña se ha escuchado el grito «¡No pasarán!», un famoso eslógan antifascista de la Guerra Civil española, tras la detención de 14 altos funcionarios catalanes relacionados con la organización de la consulta.
Por aquel entonces, las tropas de Franco tomaron Cataluña en los últimos meses de la Guerra Civil, a comienzos de 1939, provocando un éxodo masivo hacia la vecina Francia.
«Lo primero que hace Franco es suprimir la Generalitat de Cataluña», el gobierno regional autónomo, además de reprimir el uso de la lengua catalana, recuerda Jordi Canal, historiador en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París.
También en tiempos de la república, y para oponerse a la derecha que en ese momento gobernaba España, el presidente de la Generalitat Lluís Companys proclamó en 1934 un muy efímero «Estado catalán de la República Federal española».
A falta de apoyos, Companys «dura 6 o 7 horas (…), y sale con las manos en alto detenido», cuenta Jordi Canal. La imagen del dirigente en su celda causó estupor entre los catalanes.
«Exactamente lo que el gobierno español intenta evitar en estos días», añade Jordi Canal, observando cómo las autoridades española procuran evitar por el momento la detención de líderes separatistas.
Companys se exilió luego en Francia, pero fue denunciado por los nazis en 1940, entregado a España y fusilado.
«Es la imagen fundamental del presidente mártir», afirma el historiador catalán Joan Baptista Culla.
– Símbolos antiguos –
La historia catalana está no obstante marcada por símbolos que se remontan más lejos, como es el caso de la Diada, la fiesta de Cataluña, dominada desde 2012 por grandes manifestaciones independentistas.
Conmemora la caída de Barcelona en 1714 en manos de las tropas del rey de España Felipe V de Borbón, nieto del monarca francés Luis XIV.
Tras la batalla, Cataluña, que hasta entonces tenía instituciones y leyes propias dentro del reino, quedó sujeta a «las leyes de Castilla», cuenta Joan Baptista Culla.
«Puede decirse que los catalanes perdieron sus derechos y privilegios, pero no fue una guerra nacionalista», como afirman algunos catalanes, matiza Andrew Dowling, especialista de Cataluña en la universidad británica de Cardiff.
«Los catalanes fueron castigados porque apoyaron al bando equivocado en la guerra», el de los Habsburgo, originarios de Austria, resume Dowling, recordando que el primer partido nacionalista catalán no apareció hasta 1901.
«Los catalanes se veían a sí mismo como gente avanzada a nivel cultural y económico, y consideraban España como una sociedad atrasada e inculta», en una época traumática para el país, que acababa de perder las colonias de Cuba, PuertoRico y Filipinas, con el consiguiente daño económico para los empresarios catalanes.
Este despertar nacionalista, apunta Jordi Canal, «no nace de la nada. Había una lengua propia, una vieja literatura, un viejo derecho civil», y «un pasado y presente industrial mucho más fuerte que en otros territorios españoles».
– El papel de la escuela –
Más allá del peso de todos estos símbolos, Joan Baptista Culla destaca que «el independentismo actual se alimenta de cosas que han pasado en estos últimos siete u ocho años».
Muchos catalanes vivieron como un agravio que en 2010 el Tribunal Constitucional anulara una parte clave del nuevo Estatuto de autonomía de Cataluña, que le daba a la región la categoría de «nación».
Jordi Canal argumenta que la escuela y los medios de comunicación catalanes han desempeñado un papel, pues según él «han convencido a los catalanes, sobre todo los más jóvenes, de que son miembros de una nación que merece un Estado».
Joan Baptista Culla niega por su lado que haya habido una promoción sistemática del nacionalismo en los colegios.
«En Cataluña hay decenas de miles de profesores y profesoras. Pensar que todos ellos son robots y que todos ellos son independentistas radicales es grotesco».