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La CIA y el Estado profundo

  1. Analista internacional

Las últimas revelaciones de WikiLeaks sobre la capacidad de la CIA para infiltrar el mundo digital es un paso más hacia la muerte de la privacidad. Pocos confiaban ya en los sistemas encriptados de teléfonos móviles o computadores. De hecho, los yihadistas, con Osama bin Laden a la cabeza, prescindieron de los teléfonos fijos o móviles. Estos últimos fueron utilizados en varias ocasiones para guiar los misiles que acabaron con la vida de sus usuarios.

Los servicios de inteligencia son parte de la red de protección del Estado para velar por la soberanía nacional y la seguridad de la ciudadanía. Su misión es informar a los gobernantes sobre peligros inmediatos y potenciales. La dificultad con estos servicios, que algunos lo consideran parte del llamado Estado profundo, es que operan en secreto. Por lo tanto es muy difícil pedirles cuentas.

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Se dice que padecen del “síndrome de la esponja”. Recopilan información pero no la comparten siquiera con otras reparticiones del propio Estado. Esto es así, señalan, para proteger a sus fuentes. La impunidad del secreto estimula la autonomía y con frecuencia el espionaje desarrolla su propia agenda. Abundan los casos en que el propio gobierno y los ciudadanos, el sujeto a ser protegido, terminan en la mira de los aparatos de inteligencia. Cabría esperar, por ejemplo, que la CIA ayudase a las empresas electrónicas a superar sus vulnerabilidades. En cambio prefieren explotarlas para la recolección de información.

Un número creciente de dispositivos domésticos están integrados a redes digitales. Desde la cocina al automóvil aumentan los puntos que pueden ser intervenidos. Un televisor puede transmitir, aun apagado, todo lo que se habla en una habitación. Un vehículo, por la vía de su computador, puede transmitir en tiempo real sus recorridos. Las montañas de información son procesadas en lo que hoy se llama “big data”. Lo que puede lograr un servicio de inteligencia también lo puede hacer una empresa de marketing interesada en el perfil de potenciales clientes.

El mundo del espionaje siempre ha vivido en una burbuja de hipocresía. Todos espían y todos niegan hacerlo. Hoy Rusia es acusada de haber penetrado en Estados Unidos computadores del Partido Demócrata y haberle entregado la información a WikiLeaks. Ello habría favorecido la campaña de Donald Trump.

La evidencia que Estados Unidos hace lo mismo fue expuesta, entre otros, por Edward Snowden. Todos los estados, como el británico, el francés, el alemán o el chino, por nombrar a los más poderosos, han hecho lo mismo. La diferencia que revelan las últimas denuncias es que cada vez es más difícil rastrear los puntos de acecho y quién es el responsable. Vale lo que se solía decir en las películas sobre el sabio malvado: si sólo hubiese puesto sus conocimientos al servicio del bien.

Los peligros que el enorme poder de vigilancia caiga en manos inescrupulosas o dictatoriales son alarmantes. Impedir que ello ocurra debiera figurar a la cabeza de la agenda de inteligencia.

Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de Publimetro

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