Mariana Madariaga
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En su casa de Angol, Flérida Ortega,cumplió un sueño. Desde que era una niña imaginaba con adornar los jardines de Chile con una de las flores típicas de nuestro país y lo logró. Hace cuatro años creó la empresa Copihues Maitenrehue y, por la excelencia de su proyecto, fue premiada en noviembre del año pasado por BancoEstado en la última ExpoMundoRural.
Actualmente, la señora Flérida comercializa esta planta enredadera endémica por todo el país. Para eso las vende a través de Mercado Libre, con autorización del SAG y toda la asesoría necesaria post venta, para que pueda ser cultivada en el desierto, la Patagonia o el balcón de un hogar capitalino “y así cada chileno tenga ante sus ojos nuestra flor nacional”.
En una parcela heredada en la zona de Maitenrehue hoy tiene, gracias al apoyo de INDAP, un gran invernadero de policarbonato donde cultiva alrededor de 4.000 plantas de copihue.
«Se pueden dar el cualquier parte, pero hay que darles las condiciones adecuadas para que puedan sobrevivir. Les cuesta un poquito, se quedan rezagados, pero una vez que se aclimatan empiezan a brotar. No hay que exponerlos al sol directo en las zonas muy calurosas y en la costa pueden recibir el sol matinal que es más tenue. Las flores aparecen durante todo el otoño y a fines del verano. La flor no es tan delicada como se cree, es robusta y de pétalos gruesos”, asegura
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Desde Atacama hasta Aysén
Doña Flérida vende cada planta a 10.000 pesos y las envía a donde sea. “Es una planta criada, sana. Jamás vendo una con una pifia. Luego asesoro a los compradores por mail desde mi escritorio. En estos años he vendido copihues desde Atacama hasta Aysén”.
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Cuenta que su emprendimiento ha crecido mucho gracias a las recomendaciones de sus clientes, a sus buenas calificaciones en Mercado Libre y a las ferias en que ha participado gracias al apoyo de INDAP, donde ha hecho muy buenos negocios y contactos.
La empresa la trabaja sola, a ñeque y todos los días, y su gran sueño es que los chilenos sientan lo mismo que ella por estas plantas. “A mí me emociona, yo todo esto lo hago con un amor increíble. Cuando voy a dejar un cargamento se me caen las lágrimas. Como que se despegan de mí. Paso cuatro a cinco años con los copihues, los cuido mucho, los tengo sanitos y no dejo que ningún bicho se los coma o les haga daño, y de repente los veo que se van y me da una pena enorme”, comenta.