El actual capitán chileno de la Copa Davis, Nicolás Massú, nos acostumbró a un estilo de juego aguerrido y que se hizo conocido dentro del tenis mundial. Además de las glorias de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, el Vampiro logró varias hazañas jugando por Chile, contra tenistas de mejor ranking o mayor técnica, pero que sucumbieron ante el viñamarino por su garra, tenacidad y hasta “locura” dentro de la cancha.
De esa forma, y fiel a su estilo, Massú ha plasmado a su equipo de esas características, y sobre todo a la primera raqueta nacional, Nicolás Jarry (64º del ATP). Debido a su carácter pasivo y de respeto absoluto por el tenis correcto de antaño, que le enseñó su abuelo Jaime Fillol, el Príncipe necesitaba de un tutor que fuera más allá de lo que hay que saber en la cancha de tenis, y que le explicara la importancia que tenían sus partidos para todo un país.
A pesar de que su explosivo ascenso en el circuito ATP durante este 2018 le sirvió para entender todas las personas que vibran cuando a él le va bien, el doble medallista olímpico lo “evangelizó” en lo que a Copa Davis respecta, y lo hizo convertirse en el Jarry que dio vuelta su modo de ser y le imprimió un temperamento aguerrido que tenía que sacar en los momentos de mayor adversidad.
Una nueva cara que mostró frente al argentino Nicolás Kicker (87º), cuando más la necesitaba y que generó que Chile se quedara con el primer punto de la serie en San Juan. Y es que en el partido del pasado viernes, se vio a un Jarry distinto al que estábamos acostumbrados en la Davis, y que dejó a todos boquiabiertos al ver su potencia, sus ganas de ganar y así revertir el marcador que le impuso un Kicker avasallador.
El sello estaba impreso en Jarry y no es una casualidad. Con el duelo del dobles y hasta en la derrota con Diego Schwartzman (15º del mundo), el mejor tenista chileno dejó atrás las estadísticas, los ranking y la cifra de siete jugadores sobre el top 100 que tiene Argentina. Para él, era todo luchar y ganar, sin importar nada más.
“Luché lo mejor que pude porque siempre imaginé que podía ganarle a los grandes jugadores, ya lo he hecho antes y es sólo pensar que se pueda”, indicó Jarry tras su maratónica jornada de dos duelos en siete horas y tres en 18.
Con sólo 22 años, Jarry se planta de igual a igual frente a cualquier sin importarle nada, una herencia que no estaba destinada para él, pero que llegó por añadidura; y que le ha servido para enfrentar los difíciles retos que entrega la vida y el tenis. Aunque el destino tenía preparado para él, un camino de caballerosidad absoluta, la evangelización de Massú lo obliga a otra cosa: dejar todo lo que cree y luchar por lo que él quiera.
Pese a todas las necesidades técnicas y psicológicas que pueda tener en su juego, la máxima raqueta nacional tiene incrustadas en el cerebro las palabras “luchar» y “ganar”, y con eso; el primer gran paso ya fue dado rumbo al futuro.