Por Álvaro Valenzuela
Colaborador Asociación de Hinchas Azules
Ser de la U es quizás uno de las pocas cosas en el mundo que sé hacer bien, amar a esos colores como los amo es, sin lugar a dudas, uno de mis pocos orgullos. No soy genio ni un tipo que se caracterizará por dejar algún legado importante al mundo. No escogí este sentimiento, no preferí ser de la U por sobre ser de Católica, Cobreloa o Colo Colo, yo no me lo cuestioné, simplemente se dio. Como esos enamoramientos de niño, te llega el flechazo y no hay más que hacer.
En este espacio he dejado en claro que en más de una ocasión he llorado y he reído por la U, que ser así de hincha siempre genera una doble satisfacción al ganar, y una profunda tristeza en la derrota (soy de los que deja de leer, ver o escuchar prensa cuando la U pierde). Esa vulnerabilidad y dependencia de mi equipo me ha acompañado por más de 25 años, «ya vas a madurar» me decían mis padres. Pobres ilusos.
Ser de la U para mí es convivir en el filo de la locura, entre la razón y ese abismo que la separa de la irracionalidad, mi punto de escape, mi modo de vida. Porque entre todas las formas que hay para vivir, la mía es ser de la U, de la roja en el pecho. Como esa no conozco otra.
Soy de la U porque no encuentro una explicación a este sentimiento inexplicable, soy de la U porque cuando sé que juega el equipo mágico, mi día cambia, mi emoción se dispara y me programo para estar atento a lo que pasa. Soy de la U porque una noche fría de principio de los noventa en el Estadio Nacional me sentí como en casa. Como cuando encuentras tu lugar en el mundo.
Ser de la U es tener claro que la vida sería más simple sin este sentimiento, tendría menos frustraciones y quizás me enfocaría en crecer en otros aspectos de mi vida. ¿¡Pero qué importa!? La vida sería más gris, mucho más aburrida y por supuesto menos apasionante. Los fines de semana no tendría mayor relevancia y algunos miércoles en la noche no tendrían ese exquisito sabor a Copa Libertadores.
Soy de la U a pesar de crecer en un ambiente en que la mayoría de mis compañeros se hicieron colocolinos, soy de la U a pesar que en el momento que me definía como hincha el archirrival era campeón de América.
Soy de la U porque sin saberlo con ese acto me declaraba rebelde ante el triunfalismo como modo de vida, soy de la U porque tenía muy pocos amigos que eran azules, soy de la U porque pertenezco a una generación que la vio mal. Muy mal.
Soy de la U porque el himno suena fuerte en el Nacional y la gente lo canta como si fuera una canción de todos los días. Porque lo gritamos como una declaración de independencia.
Soy de la U porque admiraba a mi bisabuelo materno, el hombre que tenía en su escritorio un chunchito y un carnet añejo de socio. Soy de la U porque crecí mientras lo escuchaba hablar de esa semifinal que fue a ver contra Peñarol, del Ballet Azul e incluso del combo de Leonel al italiano David.
Soy de la U porque de vez en cuando somos campeones y eso se disfruta como nada en la vida.
Soy de la U porque no importa quien juegue, quien dirija, quien administre, yo voy a ver a mi escudo y mi camiseta y por eso es que somos varios lo que nos duele tanto ser excluidos en la toma de decisiones, tan apartados en los momentos claves, tan poco escuchados. Porque el sentimiento es real, tan real que se puede palpar en el ambiente del Nacional todos los fines de semana.
Hoy, ad portas del aniversario del club al que le entrego mi amor incondicional y eterno se me vienen a mi mente miles de imágenes que hemos vivido juntos, desde derrotas, caídas, triunfos, copas, finales perdidas, penales, el gol en el Salvador, la semifinal con Chivas y un largo etc. Y me detengo a pensar en el futuro y la conclusión es que nuestro club nos necesita, hoy más que siempre, porque para que existan más niños que sean de la U, para que haya más amor a esta institución, los hinchas tienen que tener participación, porque los clubes no pueden sobrevivir sin su gente.No pueden existir sin alguien que se desviva por ellos, sin alguien que sueñe con entrar a una cancha con su camiseta. El futuro es pesimista, si no devuelven lo que nos quitaron quedaremos en nada. La única salvación es que volvamos todos, sin exclusión.
Por último, para mi ser de la U es imaginar que voy en un barco hacia Antofagasta en la década de los 30, mientras escucho el piano que Julio Cordero metió en la popa, entonar una canción que se volverá inmortal y ahí con el viento en mi cara, continuando el sendero establecido, mientras vamos más allá del horizonte declarando lo que sería nuestro leitmotiv: contemplar la realidad. Brindando con mis camaradas me defino como persona, porque soy azul, porque soy de la U y porque simple y totalmente soy un romántico viajero. Felices 89 años, gracias por existir.
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