Por: David Huerta (@davidhuertao)
Miembro de la Filial Chamaco Valdés (@filialchamaco)
Han existido reclamos durante todo el campeonato de que Colo-Colo muestra un futbol lento y aburrido, al punto que algunos han bautizado a nuestro entrenador como «Coto Siesta». Seré franco, a los que hemos sido criados con la grandeza del popular nos encantaría un Cacique arrollador que tuviera toque y gol, todo para ser campeón. Sin embargo, este equipo nos muestra que no siempre este deporte debe ser vértigo, a no ir tras la pelota como si el fin último del juego fuera correr más rápido.
El domingo que recién pasó se dio una clase de madurez en el manejo del juego. Se mostró un equipo serio y aplomado, que mantuvo en todo momento el control del partido. Sacando un par de llegadas de la UC en el primer tiempo, nunca se sintió en el estadio ese dolor de estómago y presión de que se nos venían encima y el resultado podía variar. Un resultado y un juego que nos deja bastante conformes y permite abrigar ilusiones de cara al desafío que nos espera el jueves frente a Atlético Mineiro, nuevamente en nuestra cancha y con nuestra gente.
Pero hubo algo que se echó mucho de menos. Algo de lo que lamentablemente la dirigencia de Blanco y Negro decidió privarnos en su eterno afán por ahorrar costos donde sea posible. No pudimos ver ni sentir a la hinchada rival mascullando la tristeza de irse derrotada del Monumental.
Lo peor es que todo parece indicar que no se tratará de una situación puntual. En el repaso de la prensa, entre las maravillosas corridas de Jean Beausejour, el nuevo aire que tuvo Jaime Valdés, la seguridad de Justo Villar y tantos otros que cumplieron con su labor, aparece la noticia de que el próximo domingo en la visita a la ciudad de Arica no se permitirán hinchas colocolinos.
Algunos lo considerarán una justa «vuelta de mano» a la decisión de no vender entradas a los adherentes cruzados. Otros enrostrarán el nefasto clasismo que tuvo lugar en San Carlos algunos años atrás, aquel 16 de octubre del 2011 cuando ser colocolino en el barrio alto era un crimen. Pero meternos en un espiral de «quién fue primero» no nos permitirá comprender el problema, y visualizar en plenitud sus graves consecuencias: profundizar el alejamiento del hincha del estadio.
El día domingo, en el que supuestamente solamente había colocolinos, se desarrolló una revisión en detalle de cada persona que ingresó al estadio. Sacarse las zapatillas, revisión de niños que apenas se empinaban en los 5 años de edad, o preguntas de parte de los guardias sobre si usted es la misma persona de su carnet. Irrisorio por decirlo menos. ¿Alguien en su sano juicio cree que todo lo anterior hará que un padre o madre se motive en llevar a sus niños a sufrir este tipo de tratos?
Entender que el hincha que va de visitante es el causante de los problemas de seguridad en un evento deportivo es minimizar una serie de factores que inciden en un partido de fútbol. ¿Influye tener solamente hinchas locales para que un equipo pueda pasar por arriba de otro? Algo que nos ha enseñado años y años de cancha es que finalmente todo lo que pasa en el terreno de juego se reduce a quien es mejor con la pelota en los pies y gana el que mete más goles.
Por otra parte, la generalización de medidas como estas traerá una consecuencia lamentable: quitarle a aquel hincha que no vive en la ciudad de origen de su club la hermosa alegría de poder ir a verlo. Los colocolinos del norte que esperan con deseo que el Cacique visite una o dos veces por año su región, ahora tendrán que esperar mucho más. Del mismo modo, un ariqueño, iquiqueño, antofagastino o de la región que sea y que viva en Santiago, no podrá disfrutar a su club cuando venga a la capital, ya que quizás sea demasiado peligroso recibirlos o tendrán que solucionar sus problemas escondiendo cualquier emblema que lo asocie a un club en particular. La alegría de ver al equipo de tus amores es simplemente algo desconocido para dirigentes y tecnócratas que probablemente nunca han ido a un estadio además de algún concierto de su artista favorito.
A veces pienso que los responsables de esta serie de políticas no entienden que el hincha deja de ir al estadio no por la asistencia de un rival que le gusta tanto el futbol como a él, pero con otra camiseta. No asiste por los precios de las entradas, por lo denigrante que es un acceso, por las diferencias en el trato entre quienes pagan una Rapa Nui, codo o galería, por horarios que en muchos casos no favorecen en nada poder ir con niños y con transportes deficientes que hacen que ir sin auto en algunas ocasiones sea una verdadera aventura extrema.
¿Quién gana con todas estas medidas? Probablemente los que prefieren que veamos los partidos sentados desde nuestros hogares abonados a algún canal en particular sí ganen. O quizás ni siquiera les resulta porque terminan fomentando el desinterés por el fútbol nacional, con niños que prefieren al Barcelona o al Arsenal y no al equipo de su ciudad. Pero lo que sí es seguro, es que los que perdemos somos los que vamos domingo a domingo, los hinchas, «la familia», esa misma que de la boca para afuera dicen que quieren que vuelva al estadio mientras en la práctica hacen todo para que no sea así.
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