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Bad Bunny: Las nueces tras el ruido

Nuestro columnista Sebastián Cerda analiza el fenómeno de Bad Bunny, quien será una de las grandes estrellas del Festival de Viña del Mar

El título resonó en todo el continente, luego de que un medio tan prestigioso como Rolling Stone se lo otorgara: “El rey del pop latino”, fueron las palabras utilizadas por la revista norteamericana para referirse a Bad Bunny, el hombre que hoy lidera listas y se hace omnipresente en los reproductores del mundo, tanto desde sencillos propios como ajenos.

De buenas a primeras, el rótulo puede ser incluso chocante. Hasta ahora, las coronas únicamente han sido puestas en cabezas tan legendarias como las de Madonna y Michael Jackson (pop), Elvis Presley (rock), Aretha Franklin (soul) y hasta nuestro Lucho Gatica (bolero).

Desde ese ángulo, por cierto que elevar a la condición de monarca al artista que manda en una temporada parece apresurado. Quizás tan descabellado como haber entregado el trono a Maluma por lo cosechado en 2016, o a Luis Fonsi por lo hecho en 2017.

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Bad Bunny, hasta aquí, ofrece algo similar: éxitos por montones, elevadas cifras en todas las plataformas, influencia en mercados distintos del latino, y un fervor inusitado entre el público juvenil. Todo con sólo dos años de carrera formal, y pese a los anticuerpos que en muchos despiertan sus letras, su estilo y su limitada interpretación.

Pero, incluso con todo eso a cuestas, el puertorriqueño tiene también algo que lo distingue de casos anteriores: una propuesta marcadamente propia, que trabaja con prolificidad asombrosa, y cuyos resultados terminaron por contagiar a buena parte de la escena regional que, cuando no lo imita, lo busca para que sea él mismo quien timbre sus obras con la marca que hoy parece asegurar el éxito.

“X100PRE”, el primer disco de Benito Martínez Ocasio, lanzado recién el 23 de diciembre, evidencia ese sustento. Allí, el trapero efectivamente ratifica que es capaz de urdir versos frontales y pasmosos, que su aproximación a la imagen femenina puede ser parcelada y limítrofe, que la potencialidad de las polémicas le resbala, que usa el autotune sin complejos ni disimulos, y que su estilo interpretativo recuerda más a un adolescente en la edad del pavo que a un cantante de oficio.

Pero la placa también da cuenta de un artista que busca dar pasos por fuera de las fórmulas que han venido imperando en la música urbana, para reabrir ventanas que miran al hip hop y al reggaetón primigenio, más cercano a la atmósfera de callejones que a la de playas.

Una pieza como “¿Quién tú eres?”, centrada en una disputa entre bravucones, tiene incluso aires gangsta, mientras que “Otra noche en Miami” encuentra su clímax en un synthpop gélido y gris. “Tenemos que hablar” luce un influjo juvenil y colorido, y otra como “La Romana” ubica su columna en un sample de cuerda (bien podría ser un tres cubano) cercano al son.

El álbum, de este modo, ratifica que hay inquietudes y búsquedas concretas en Bad Bunny, más allá de la persecución de impacto coyuntural que impera en su rubro, y de la imagen reduccionista que sus detractores (con buena carga de clasismo) han pretendido imponer. Con ello, a todas luces no alcanza para hacerse sin más de una corona, pero al menos sí para ponerse en la fila de quienes pretenden calzársela algún día.

Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de publimetro

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