Mezclada con un entorno determinado, en ocasiones la música acaba detonando un perfecto déjà vu, sensaciones incómodas y desconcertantes que brotan espontáneas por haber sido experimentadas en un tiempo anterior, y que, cual Día de la Marmota, parecen repetirse luego con similitud casi calcada.
Sucede en las vísperas de este 18 de septiembre, por ejemplo, cuando los pasos obligados por el comercio se ven siempre acompañados de una misma banda sonora: “La Consentida”, “Qué bonita va”, “Viva Chile”, “Mi banderita chilena”, “Chile lindo”…
Como en un loop, ese puñado de piezas y unas pocas más se repiten a cada instante, siempre interpretadas por conjuntos de cantar engolado y pulcro, con arreglos corales en perfecta sincronía, e instrumentación contenida y milimétrica, lejos del arrojo popular. Música al estilo “huasos cuicos”, podríamos decir, o al menos tradicionalistas y algo sobreproducidos, para suprimir cualquier ánimo de segregación, tan impropio de estas fechas.
Con ese paisaje sonoro es como, en gran medida, se pretende representar a Chile en estos días, tal como un puñado de villancicos y la estética de las campanitas encarnan a la Navidad en diciembre. ¿Pero es que acaso eso es la música chilena?
La respuesta es un rotundo no. La música chilena es eso, desde luego, pero también es muchísimo más. Quizá seteados por los años en que buena parte de nuestras expresiones folclóricas fueron restringidas, mientras otras asociadas al latifundio eran promovidas, hoy seguimos padeciendo una pasmosa flojera programática cada 18 de septiembre, expresada en ambientes que dan cuenta de mapas mentales acotados y reduccionistas. Supermercados, centros comerciales, notas de prensa, especiales dieciocheros, incluso algunas fondas… Todo gira en torno a lo mismo.
Ni la propia cueca merece eso: basta una mínima apertura para darse cuenta de que la expresión más acudida de ese género está muy lejos de ser la única, y para dejarlo en claro no sólo tenemos a figuras señeras, como Los Perlas, Los Hermanos Campos, Los Chileneros o Pepe Fuentes. También está una nueva generación de exponentes que explotó con Los Tres y que llega hasta nuestros días, con nombres como Los Tricolores, Los Trukeros, Los Santiaguinos y Los Marujos, entre muchos otros.
Pero, además, la música chilena es muchísimo más que cueca y tonada. Amén de toda la tradición regional reflejada en los bailes escolares, nuestra identidad está construida con los sonidos andinos de Quilapayún e Illapu, la Nueva Canción de Violeta Parra y Víctor Jara, e, incluso, géneros foráneos que releímos hasta hacer nuestros, como el vals peruano de Palmenia Pizarro, el bolero de Lucho Gatica, la cumbia de la Sonora Palacios, el mambo de la Huambaly, el fox-trot de Roberto Parra, la guaracha del Monteaguilino o los corridos de Los Hermanos Bustos.
Ojalá este 18 de septiembre sea la oportunidad de ampliar nuestro mapa musical y nuestras listas de ocasión, de modo de asumir por fin nuestra enorme riqueza, resaltarla en su totalidad y extenderla a lo largo de los restantes 364 días del año. Sólo así podremos llegar al momento de celebrarnos a nosotros mismos reconociendo todo lo que somos, y sin ese afán museográfico que sólo logra trasladarnos al lugar más común de una chilenidad parcelada.
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