Hace un mes vivimos una nueva edición de Lollapalooza y, como viene sucediendo desde hace un par de versiones, en la de este año nuevamente pudimos disfrutar de un festival que sigue expandiendo la variedad en su menú, y exhibiendo un correlato de aquello en su público.
Ya no están sólo los hipsters de 2011 y 2012, treintones y supuestamente formados musicalmente. Hoy también hay jóvenes y adolescentes menos prejuiciosos, con gustos menos exquisitos, entregados gustosos al goce transitorio de la EDM y el pop, y a la juerga desatada en los alrededores de los escenarios.
En los albores de este recambio generacional, los primeros miraron en menos a los segundos. En redes sociales, bullían los comentarios mordaces en torno a las coronas de flores que usaban las asistentes primerizas, o ante la opción de ver a una figura emergente en lugar de un clásico.
De algún modo, afloró esa dictadura del buen gusto que siempre ha existido en una facción de la audiencia, y que asume que el menú ajeno es errado, que el propio es correcto, y que saber apreciarlo no es algo al alcance de cualquiera. Antes de declararse fan de tal o cual artista, parecen decir, hay que tener cierta edad y cierto mérito, haber hecho check en determinadas etapas.
La conducta roza lo fascistoide, y se ubica en las antípodas de lo que en rigor son la música y su experiencia en vivo: Algo inclusivo antes que excluyente, que se regocija en su expansión y no en su contracción. Algo, sobre todo, personal y libre. Si algunos quieren disfrutar a Diplo y no a New Order, bien por ellos; si otros aman dos canciones de Pearl Jam y no tienen idea del resto de su obra, pues que vengan a verlos de todos modos, por si en una de ésas se entusiasman con algo más de su vasto legado.
Ojalá el chip de los viejos y nuevos talibanes vaya cambiando de una vez, porque todo indica que en los años venideros estas opciones serán aún más marcadas, de acuerdo con una encuesta publicada recientemente en España.
Antes de iniciarse la temporada ibérica de festivales, la plataforma StubHub.es indagó en torno a los factores que motivan la asistencia a este tipo de eventos, y una gran mayoría (63,14%) reconoció ir por el ambiente que en ellos se respira, antes que por aspectos estrictamente musicales.
Entre los encuestados, además, un 42,29% valora la libertad para comer, beber y tener otras formas de esparcimiento, mientras que un 40,29% considera que los festivales son el lugar ideal para conocer a nuevas personas.
Y claro, para muchos el menú musical seguirá siendo siempre lo más importante, pero hay que entender que para otros ya no es así, y que ellos tienen tanto derecho a estar allí como cualquiera que haya pagado su entrada.