“No creo que Gustavo Cerati hubiera aprobado algo así”, se ha escuchado decir a más de alguno en estas horas, a propósito del montaje “Sép7imo día” del Cirque du Soleil. Una duda que, a fin de cuentas, resulta algo gratuita e inconducente, por una razón sencilla: Si el líder de Soda Stereo estuviera vivo, la agrupación permanecería siempre bajo cierta latencia, en calidad de potencial, lo que transformaría a cualquier tributo en una apuesta innecesaria e inviable. Claro que no la habría aprobado, porque probablemente la sola idea de hacer esto jamás habría surgido.
Pero Cerati, el eje del trío, partió, y eso pone al mismo en condición de extinto. Soda Stereo no existe ni volverá a existir, y en ese escenario la única posibilidad que queda es recrearlo. Eso es precisamente lo que hace el espectáculo que hasta el 6 de agosto permanecerá en suelo nacional: Permitir, desde otra dimensión, que la audiencia conecte con algo que podríamos llamar “espíritu Soda”, como en una suerte de liturgia in memoriam. El grupo no está, pero la movilización del recuerdo colectivo a ratos pareciera traerlo de vuelta.
Eso, ni más ni menos, es lo que logra la compañía de origen canadiense en su séptima incursión en suelo nacional, once años después de la primera con “Saltimbanco”, cuando iniciaron un recorrido que les ha valido miles de fieles chilenos. Por lo mismo, esos fanáticos históricos, los que se deslumbraron con montajes como “Alegría” y “Varekai”, quizás no encuentren aquí su lugar. Porque buena parte de ellos llegaron a esa condición gracias al gran atributo del Soleil, que no es otro que llevar al límite la adrenalina, la destreza y el riesgo, de la mano de cuadros capaces de cortar el aliento.
“Sép7imo Día” cuenta con ello, pero en menor gramaje y bajo otra motivación. Más que para amantes de la acrobacia, éste es un espectáculo pensado para los fans de Soda. Por ello es menos sorprendente, pero también más estético, y desde luego más emotivo.
Lo mismo aletarga en parte el despegue, marcado una vez más por la figura del inadaptado que ingresa a un nuevo mundo (ya estaría bueno cambiarlo), y por pruebas de cuerdas lejanas al estándar acostumbrado. Lo bueno es que es sólo una partida en falso antes de dar paso a desafíos de mayor nivel, y que encuentran en temas como “En remolinos” y “En la ciudad de la furia” su revestimiento anímico.
Son atmósferas de ensoñación y desolación, que mutan a euforia cuando llega el turno de “De música ligera”, hilo conductor para una rutina de saltos que se ubica entre lo más rescatable. Porque aquí todo funciona siempre bajo el paraguas de la canción: Es la música la que manda, no la prueba física, y en eso “Sép7imo día” marca un punto aparte en la breve historia del Cirque du Soleil en Chile. Como muestra están los espacios de continuidad, ahora melódicos en lugar de humorísticos, y con el momento de “Té para tres” como mayor símbolo.
En clima de fogata y con la solicitud expresa de cantar a coro, el mencionado “espíritu Soda” parece asomar en ese instante con especial protagonismo, hasta hacer evidente su forma hoy: Esto es como ver la foto de un ser con el que compartimos buenos momentos, y cuyo vacío a ratos se sigue notando; un recuerdo colmado de cariño, añoranza y gratitud. El reflejo de un tiempo entrañable que comienza a tornarse remoto, anclado en un pasado que ya no va a volver.
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