En el verano de 1728, un barco mercante de Dublín cruzó el océano cargado de mercancías y de pobres emigrantes irlandeses con destino al Nuevo Mundo.
Entre ellos se encontraba un chico flaco de 13 años, cuyo padre había sido barón, y era heredero de cinco títulos nobiliarios y numerosas propiedades.
Pero fue secuestrado y vendido como esclavo.
Su trágica historia parece la trama de una novela y refleja los claroscuros de la época en la que vivió.
El siglo XVIII trajo el ascenso del Imperio británico y el nacimiento de la era de la Ilustración con sus ideas progresistas sobre la libertad y la igualdad.
Pero como portal entre mundos, también fue un siglo de contradicciones, manchado por la escandalosa explotación de la gente vulnerable, en el que robar un caballo era mucho más grave que secuestrar a un niño.
La llegada del heredero
En abril de 1715, nació un hijo de un aristócrata irlandés, el barón Altham. El pequeño James fue como maná del cielo para sus cariñosos padres.
Tener un varón era lo más importante para las familias nobiliarias en el siglo XVIII.