Cuando el padre de Judith Gardiner murió en 1963, su madre, una abogada, se hizo cargo de la compañía de patentes de la pareja.
En aquellos días, muy pocas mujeres ocupaban ese puesto, pero la madre de Gardiner tenía formas de afirmar su autoridad.
Ella, que apenas medía 150 centímetros de altura, levantó el escritorio de su oficina de forma que quedara ligeramente más elevado del nivel donde se sentarían sus visitantes masculinos.
También se aseguró siempre de que los almuerzos o cenas de negocios fueran cargados a su cuenta por adelantado.
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"Mi madre descubrió formas de actuar que fueron mucho más allá de los medios simples de la dominación masculina cotidiana", comenta Gardiner, profesora de género y estudios de la mujer en la Universidad de Illinois, Chicago.
Pero ¿qué hubiera pasado si la madre de Gardiner no hubiera tenido que fingir ser más alta de lo que era?
¿Qué pasaría si la dinámica física del género se revirtiera repentinamente, si las mujeres inexplicablemente se hicieran más grandes y más fuertes que los hombres, sin la ayuda de cientos de miles de años de evolución?
Es, por supuesto, un evento poco probable.