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En los últimos días, la historia de Alison Calderón (17), la joven que fue asesinada y sepultada en un liceo de El Bosque, causó consternación en el país. Ha sido uno de los casos más recientes en una serie de crímenes que han tenido como víctimas a mujeres, la que vuelve a despertar preguntas en cuanto a cómo proteger a las posibles víctimas de este tipo de delitos.
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En 2012 en Publimetro publicamos la historia de Gabriela Macarena Marín Mejías, joven parvularia de 23 años de edad y madre de dos niños, quien se suicidió después de que los supuestos autores del abuso sexual del que fue víctima quedaran en libertad.
Por estos días, su historia se ha vuelto a compartir en redes sociales por quienes exigen justicia en su caso.
El 7 de agosto de 2012, Gabriela salió de un cibercafé a las 21:30 horas: en ese momento un individuo la amenazo y la llevó hasta la línea férrea en el paseo peatonal de Tres Montes, en San Fernando. El hombre silbó y dos sujetos más aparecieron. Los atacantes le arrancaron la ropa, le tiraron violentamente el pelo, sacándole mechones enteros, y la golpearon en la cabeza con piedras sacadas de entre los rieles. Los delincuentes abusaron sexualmente de ella con gran brutalidad: más tarde, cuando recibió atención médica, varias piedras fueron extraidas desde su vagina. Los autores de la violación, tres veiteañeros identificados con las iniciales B.R.D, C.B.B y Y.P.C., escaparon del lugar pero terminaron detenidos por Carabineros.
Pese a que ella identificó a dos de los abusadores, quienes tenían antecedentes penales, fueron dejados en libertad por el tribunal al no encontrar pruebas suficientes. Un mes después, la angustia de saber que estaban sin cargos, sumada a la culpa de vivir con lo que le sucedió, llevaron a Gabriela a tomar una drástica decisión: se quitó la vida en la casa de su hermano, dejando solo notas dirigidas a sus cercanos en las que pedía perdón por ser “débil” y rogaba por justicia para su caso.
La vida sin Gabriela
Casi cuatro años han pasado desde la trágica historia. Su hermano Juan Gabriel Marín (28) dice a Publimetro que la sensación que lo invade hoy es de frustración. “Familiarmente, uno queda muy marcado por un hecho así. Nos sentimos desprotegidos, tambaleando hasta el día de hoy. Es muy difícil soportar el dolor a medida que pasan los años, aunque entiendo que mi hermana decidiera que no podía más”, señala.
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Cuenta que los dos hijos de su hermana, Sofía y Nicolás, tienen hoy 8 y 5 años de edad, respectivamente, y viven con su padre y abuela en el sector de El Tambo (Región de O’Higgins). “Hace dos semanas fui al cumpleaños de uno de ellos y fue muy triste: estas fechas siempre están cargadas de dolor, porque ellos no tienen a su madre celebrando a su lado por culpa de tres enfermos”, relata.
Afirma que el juicio fue un proceso desgastante y triste para su familia, y que cuando mira hacia atrás lo invade la rabia. “Dos juicios orales fueron los que vivimos. Fuimos a la Corte de Apelaciones, tocamos puertas, incluso en su momento me derivaron con unos abogados ‘picantes’ del Centro de Apoyo a las Víctimas de San Fernando que no ayudaron en nada. Sólo me decían que si ellos hubieran tomado el caso todo habría distinto. ¿Y cómo me sentí yo? Tuve la percepción de que en este país están todos coludidos y que solo intentan que estos casos pasen bajo la mesa”, denuncia.
Hoy, los tres presuntos abusadores de Gabriela están libres y absueltos en ambos juicios que emprendió la familia. Dos de ellos, los que fueron identificados por la víctima, participaron en los procesos e incluso uno de ellos puso una orden de alejamiento contra Juan para protegerse de ser encarado.
El tercero fue encontrado gracias a que el mismo Juan contrató investigadores privados para hallarlo, e incluso consiguieron un «testigo clave» para incorporarlo al juicio. No obstante, rememora, “en un punto cuando la investigación está en proceso uno ya no puede ingresar más pruebas, por lo que no sirvió de nada”.
Juan Gabriel, quien hoy es padre de dos niños y vive con su pareja, dice que se desgastó emocional y económicamente para lograr justicia para su hermana. “En este país todo vale ‘callampa’. No existe justicia ni leyes duras que protejan a la mujer, y todos se amparan en decir que son más débiles. Las leyes están mal hechas, nuestras políticas de gobierno nos matan unos a otros”, afirma.
Tras la denegación de justicia, la única opción que tenía la familia era demandar al Estado por lo “ineficiente de la investigación”, o bien apelar e iniciar un tercer juicio. Ante esas perspectivas, el año pasado decidieron no continuar.
“Yo me dije, ¿para qué? ¿Por qué ir a otro juicio oral, exponer más a mi familia, desgastarnos emocionalmente, si los tipos van a volver a quedar sueltos? Cada juicio se vivió como una primera vez, porque al final nos dijeron lo mismo: que quedaban absueltos por no existir pruebas suficientes, y encima los pintaron como blancas palomas. Siempre alegan que no habían pruebas físicas o químicas como semen, pero hubo tanta demora en hacer las pruebas correspondientes que yo no sé qué creer”, explica.
“Había testigos que los vieron en la calle con la misma ropa y hora de lo que le sucedió a mi hermana pasados a drogas, con las características que ella describió. Incluso vieron a uno de ellos tomar a mi hermana, ¡Si fue la misma gente de la población de al lado la que dio aviso cuando escucharon gritar a mi hermana y la socorrieron! Es terrible, porque en el mismo lugar ya han ocurrido tres violaciones, y un mes después de lo que le pasó a Gabriela, a una inspectora de un liceo unos tipos la violaron en su casa delante de su hijo de 6 años. Claro que en este caso los desgraciados están condenados a 10 años cada uno. A veces algunas personas logran justicia”, agrega.
Agrega que la familia nunca volvió a ser la misma. Su madre quedó afectada de por vida, enferma emocionalmente. “Nunca más pudo rehacer su vida. Imagínate lo que es para cualquier madre perder a una hija, y más de la forma en que ella la perdió, y con los culpables en libertad, a la vuelta de la esquina. Ganas de matarlos no me faltaron, de verdad: hacer justicia por mis propias manos. Pero si lo hubiera hecho, yo más encima habría ido preso y todo habría sido más injusto. Como familia sólo queremos creer que en algún punto todo caerá sobre su propio peso. Mientras, solo nos queda mirar hacia adelante”, reflexiona.
«Cuando hoy veo casos como el de Alison solo me llena la pena y la rabia. Esos tipos gritando que son ‘inocentes’ después de las atrocidades cometidas. Yo pienso en la frustración de no haber logrado justicia para mi hermana y solo espero que todas esas familias, que también perdieron a una mujer en sus vidas, puedan lograr justicia y paz en sus vidas. Que busquen apoyo, que busquen un buen abogado, psicólogos que los ayuden en el proceso porque el Estado hoy no sirve de nada y los centros de apoyo a las víctimas son solo para la tele. Si alguien hubiera apoyado de verdad a mi hermana ella seguiría viva. Ella quedó botada y terminó sintiéndose incluso culpable: ahí fue cuando la perdí”, finaliza.
PB/MC